Hay tres familias que identifico con sus características particulares al rememorar el ritual de la paella. Todavía huelo y saboreo mientras sueño con nostalgia.

En casa de mi amiga Lola se respiraba unión y complicidad, en un principio me sorprendió que comieran todos de la misma paellera, a mí por respeto y lejanía me ponían el arroz en un plato, pronto cuando me sentí y me sintieron parte de ellos reivindique mi derecho a compartir, a guardar tiempos en solidaridad con el grupo de comensales y comí en el mismo y común instrumento. Olía a garrofón, a caracoles y ¡a «socarrao»! ¡cómo nos gustaba cuando rascando en nuestra parte, saboreábamos ese arroz quemado que se retiró antes de que cambiara de sabor! María Dolores hoy Lola, Amparin ( su hermana) y yo, teníamos nuestro espacio y los otros seis que conformaban el grupo…el suyo.

La paella de mi abuela crecía en importancia por la preparación, era interrumpida continuamente por los cuatro nietos entre los que me encontraba, queríamos que nos dejara probar el caldo…el arroz vendría después, la familia también y ¡cómo olía a conejo y a alcachofas! Mi abuela junto a mi tía que actuaba de pinche, hacian la comida en una supuesta soledad al otro extremo de la vivienda, sobre un fuego bajo en la chimenea, después de un jardín interior particular, que creaban en conjunto un mundo aparte. Le llamábamos «porche» y siempre tuvo esa estancia un ambiente mágico y especial. Contaban que en la guerra habían escondido a unas monjas en la «cambra», en un habitáculo que se subía por una escalera de pie, se iluminaba débilmente por ranuras que existían entre las tejas pero…eso es otra historia. Mi abuela se sentaba en una banqueta muy bajita, movía la paellera y nunca el arroz. Y eran al menos hora y media de cocción.

La tercera familia es la mía propia, yo soy aquella alumna que sigue los pasos de las de arriba, intento separarme en la medida de lo posible en su elaboración, me encanta y sonrío cuando mi hijo hoy me pide que le dé de probar y cuando huelo a pimiento, tomate y a tomillo pero no hay casi bullicio en este entorno, como mucho se escucha la radio de Miguel que está en el taller o la música que se escapa de esos auriculares que comprimen los oídos de Marco pero shhh ….también les escucho a ellas…a María Dolores madre que nos llama y lo hace en valenciano, y allí estamos nosotras de niñas con bañador y las trenzas medio descabaladas. Y también veo a mi abuela llevando la paella con sus dos asas camino al comedor cruzando ese patio interior…era la casa más bonita que se puede tener en la niñez, tantos recovecos, tantos lugares, aromas…hoy se convierten en nostalgia mientras sonriendo añado al pollo y al conejo frito en aceite de oliva, las verduras frescas…lo muevo , espolvoreó pimentón, luego tomate…

Y probando el punto de sal.. les echo de menos.

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