Aún recuerdo aquellas tardes de verano bajo el sol, cuando nuestra blanca piel se iba quemando poco a poco y nos poníamos las gafas oscuras para mirar el reflejo de nuestras almas en aquel río. Aun recuerdo el sabor a oxido del agua después de caernos mil veces entre las rocas y cubrirlo todo de rojo y risas.
Cuando nuestros estómagos no aguantaban mas, nos acercábamos a la arena, dejando tras nosotras un reguero de gotitas de agua dulce, y nos comíamos esos deliciosos bocadillos de tofu y humus, como si fueran el mayor manjar sobre la tierra.
Creo que aún nadie se ha percatado de lo mucho que cambia el sabor de un trozo de pan relleno cuando sales al campo. En mitad de la nada, sin gente ni coches, ni ruido, ni humo… todo sabe mas delicioso.
A mi me sabían a ti, a tu risa resonando bajo el frío del agua, a tus dedos colocándome en la posición perfecta para hacerme la foto de modelo, al rosa de tu pelo navegando aún por el río, al azul de tus manos tiñendome las venas.
Pero solo en la vuelta a casa nos lamíamos la sal de las heridas. Me mataba comer bocadillos contigo.
Al final el tiempo pasó, mas rápido de lo que esperaba. Y yo seguí con mis venas azules, llenando de oxido los ríos de Madrid por si al probar su agua, algún día, te acordabas de mi. Aunque ahora ya no importa. Porque seguí comiendo bocadillos en mitad de la nada y, para mi sorpresa, siguen estando deliciosos.
Ahora me saben a hierba bajo los pies, a heridas en los dedos, a roca entre las manos, a alturas vertiginosas, a gritos en mi espalda, a mallas ajustadas, a esparadrapo para vendarlo todo. Ahora, cada bocado me huele a cuevas frías, a perros cubiertos de barro, a cabras pastando, un poco a maría y a lluvia de magnesio. Ahora, esos bocadillos de campo me saben a mil risas diferentes, al terrible escozor de un bocado de la roca en el dedo pequeño, a los malditos gatos destrozandome los pies, a todas mis caídas y a esos grandes «Vamos bicha que ya estas arriba!»
Me recuerdan a todos mis días escalando. Y a todos los que me quedan aún. Y a las heridas que aún perduran semanas después de la hazaña olvidada.
Es sorprendente lo mucho que cambia el sabor de un mismo bocadillo anclado a dos recuerdos diferentes, a dos segundos distintos, a dos instantes que pasan antes de que nos demos cuenta, y nos dejan como prueba de su efímera existencia el regusto de una comida y el olor volátil de un lugar.
Aunque, supongo que, cuando descubres que cada momento tiene un sabor y olor que jamás olvidas, pierde su misterio.
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