-Este niño no come. Se me muere. – Tres comidas lleva hechas ya hoy para él. La madre desesperada. El niño que no, y que no. – ¿ Que le hago ? – Al final se le ocurre hacerle unas sopas de ajo. – ! Se las ha comido el jodido ¡ –
Al niño le ha nacido una hermanita. Debe tener cara de sopa de ajo, porque desde ese momento se come hasta las piedras. Debe ser el ansia con la que la ve tomarse los biberones. – Esta no me deja ni las migas- Piensa.
De no comer nada a comérselo todo. Bueno, todo menos el pollo. Le tiene fobia a los pollos vivos. El aspecto de estas aves le atemoriza tanto. Las ve como si fueran seres demoniacos. Por eso odia el pollo. Para colmo su madre tiene un pequeño gallinero en un altillo de la casa. Aprovecha que el último inquilino ha caído en la cazuela, para pegarle fuego al gallinero. No arde toda la casa de milagro. Por fin se acabaron los pollos.
El niño ya es adulto y le sigue gustando todo, menos el pollo, claro. Se ha hecho un cocinillas, y no se le da mal. Las recetas de pescado las borda. No se pierde ni un programa culinario en la televisión. En las celebraciones familiares él prepara las comidas. No,no se ha olvidado de las sopas de ajo, le siguen gustando y mucho. Les pone huevo y todo. Los huevos no tienen nada que ver con el pollo. Son su proyecto. Así de cinicamente se engaña.
El paladar de las personas es un misterio. El de los niños más. O tal vez no. A los niños no se les da una paella o una buena pierna de cordero. Todo trituradito. Pollo con verduritas pasado por el chino. Esto no es cuestión de paladar. Esto es que no hay quién se lo coma. Claro que se comen unas sopas de ajo. Como que se agarran a ellas como a un clavo ardiendo.
El niño ya es abuelo. Tiene sabiduria de abuelo. Tiene paladar de abuelo. El abuelo ha saboreado mucho y bién durante toda su vida. Todo menos pollo, por supuesto. El abuelo cocina como nadie. El abuelo hace unas sopas de ajo que se las comerian hasta los angeles.
El abuelo hoy va a ver a su nieto. Es su primer nieto. Tiene una semana el angelico. Se acerca a la cuna. Está despierto el rorro. Se cruzan complices sus miradas.
– No te preocupes niño, tu siempre tendrás apetito. Tu abuelo tiene un secreto. –
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