Amaneció un nuevo sueño al que ponerle cara, al que ponerle vida, la escarcha era visible, el aire frío sacudía su pelo rubio y sus mejillas pálidas se teñían de rojo, sus ojos azules, junto a su boca tan delineada, casi perfecta esbozaba una media sonrisa, de esas que sacas por compromiso, por quedar bien, aunque en realidad yo lo sabía, sabía que detrás de todo eso había algo que la inquietaba, algo quizás perturbador aunque solo sea para algunos.

La conocí por casualidad, no éramos nada, no éramos amigas, tampoco conocidas, solo cruzamos un par de palabras de cortesía, aún así conozco su historia.

Nativa de la antigua Unión soviética, tubo una vida muy diferente a la mía, emigró siendo una adolescente, en busca de prosperidad, objetivos firmes que tardaron tres décadas en llegar, el sacrificio no es ecuanime al tiempo. Una identificación con la que en cualquier institución la miraba de forma rara, diferente a mi, la ponen impedimentos y cientos de problemas, menos beneficios, todo son prejuicios, ella lucha, ella se abstrae de todo el mundo en busca de su propio interés, de su sueño, de su bienestar. Criada en otras costumbres, otra cultura, pero no es igual que yo, es más que yo, ella es superación, ella es logro, yo le daría medalla de oro en la vida. Al fin y al cabo yo sigo siendo bronce. La admiro.

Al fin y al cabo somos lo que perseguimos ser, y aunque la nieve este fría me gusta sentirla cálida y confortable, aunque el viento sople fuerte me gusta esa sensación de vivir con los pies arrastrándome por el suelo, como si estuviera volando, en definitiva me gusta soñar con los ojos abiertos.

Pasaron los años, y aquella extraña de la que yo sabía su historia, siguio creciendo y esta vez lo hizo conmigo, la vida nos puso en el mismo lugar una vez más y a partir de ahí comenzamos a escribir la nuestra propia. En ese instante nos miramos, y sabemos que seremos, lo que aún no somos, y aún así sonreimos ante el tiempo, mientras pasa ante nosotros.

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