​Encuentro picante

​Encuentro picante

Joaquín y Renata se habían conocido en una fiesta en Lavapiés. Fue una de estas noches en las que la cerveza de siempre sabe mejor que de costumbre y los ojos brillan en la oscuridad. Él había quedado fascinado con su acento, lo trasladaba automáticamente a rincones exóticos. Intercambiaron teléfonos y quedaron en tomarse algo la semana siguiente.

“Una ración de pimientos de padrón Joselito por favor”. Joaquín, madrileño de morro fino, pensaba impresionar a Renata con su buen gusto en la selección de tapas castizas. Renata, guanajuatense de nacimiento y radicada en Malasaña desde hace poco, miró con curiosidad y desafío a estos “chilitos”. Los analizó y los reconoció, eso pensó por lo menos. “No mames wey, son jalapeños” gritó emocionada. Pero aquel objeto de deseo resultó una gran decepción. Le supo más bien a un común y corriente pimiento dulce, lejos de las expectativas de su mexicano paladar. “No pica” concluyó Renata, “a veces sí, prueba otro” le contestó Joaquín. El segundo tampoco la “enchiló”, ni el tercero. El frío otoñal exacerbaba en ella la nostalgia de su tierra lejana, soñaba con algo “picoso y caliente”.

Se disculpó y atendió una llamada de su mamá. Joaquín aprovechó este momento para hacerle una señal discreta al camarero “macho esta chica es mexicana y quiere algo picante”. Raúl, mesero desde hace unos meses en Lamucca, leyó el desespero en la mirada de aquel chico y se empeñó en ayudarle. Regresó a los dos minutos con un frasquito de tabasco. “¿Y ahora?” se preguntó Joaquín… pero no había tiempo que perder. Cogió el pimiento que quedaba en el plato, lo abrió con destreza y lo llenó con aquella salsa. Renata volvió y pidió otra caña, eso sí, le encantan las “chelas” españolas. En pleno relato sobre la tradición del día de los muertos en México, agarró el último pimiento. Joaquín la observó detalladamente, tratando de identificar cualquier señal de placer o dolor en su rostro.

Renata se quemaba por dentro, pero le hubiera dolido más aún admitir que sí picaba, que sí hombre. Con dificultad tragó el pimiento que se había metido de un solo golpe en la boca.

Sin avisar, el picante calentó su corazón, le llegó al alma y Renata vio la vida color rosa mexicano de nuevo. Ya miraba a Joaquín con otros ojos. Él aprovechó para pedir unas copas, argumentando que necesitaban hidratarse, y que si no fuera por el picante, por lo menos por la sal de los pimientos. Cada uno con su secreto, se fueron acercando. En una esquina de la calle Pez, encontraron un bar mexicano, pidieron mezcal y cantaron rancheras, ella más que él. En medio de “sabor a mí”, el cuerpo suelto y el ego de lado, se dieron un beso.

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