El tajo que mi madre lleva en su vientre es la perfecta evidencia de que yo no quería venir todavía, me forzaron a llegar antes de tiempo, me arrancaron de mi lugar como quien arranca una flor silvestre porque piensa que no hace daño, nadie tomó conciencia de las muertes que me harían cargar.
Mi madre sufrió ocho abortos, seis antes de mi prematura llegada. Nadie nos enseña a sanar memorias, nadie nos contó que podemos reprogramar lo que el sistema dañó, que lo único que nos debemos es recordar el plan que trazamos antes de encarnar y que la forma es deconstruir aquellas viejas pautas y comenzar de cero todas las veces que sea necesario.
Como madre he sufrido cuatro abortos, el primero fue la decisión mas difícil de mi vida, fue mi primera muerte; es que perdonarme fue un duelo largo y silencioso que casi no sobrevivo. Los tres espontáneos, ocurrieron todos este año. Eclipse tras eclipse vinieron a enseñarme mis ganas de ser madre, el sufrimiento de mis antepasados y el poco control que tenemos sobre lo que ya está escrito.
Mi superación espiritual no tiene limites, lo he descubierto caída tras caída, de alguna manera existe en mí una fe inquebrantable que sólo se hace más fuerte cada que van pasando los días y descubro que tengo el regalo de poder integrar cada lección siendo agradecida por lo aprendido y por lo perdido. Mi lucha es mantenerme equilibrada en la inestable cuerda floja que es la vida, vivir el presente segura de que el mañana no es seguro para nadie y expandir en mi entorno la gratitud de mi alma.
Hoy es siempre todavía. Tengo quince semanas de embarazo, nunca habíamos llegado tan lejos y vamos con calma a nuestro encuentro superando día a día miedos, soltando el control para que la naturaleza de mi cuerpo y la sabiduría de mis vidas me guié en el proceso.
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