Subió la escalera con pequeños brincos. Le costó entender el difícil entrevero de paredes que, como un laberinto, ocultaba la salida. Decidió salir por la ventana. Desde ella pudo ver el cielo azul y sentir el calor del sol. Avanzó por la terraza y se paró al filo de la cornisa. Vio pasar unos pájaros. Miró hacia abajo. Estaba alto, muy alto.
La ciudad se veía pequeña desde sus ojos. Se inclinó hacia el vacío. Saltó. Se sintió libre. El viento pegaba en su cara. Lo invadió la adrenalina. Abrió sus alas y se unió al resto de la bandada.
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