Los flashes dan la bienvenida a la nueva pose con algo parecido al júbilo. Digo parecido porque todo en la atmósfera parece encadenado. Calma de presidio, soporífera y lenta. Hemos disfrutado de poses de su excelencia de todo tipo. El magnífico salón como telón de fondo. Su altura inabarcable. Su blancura nívea. El vaivén en la cima de los estandartes dorados, coronados con arpas y liras. Los peldaños enmoquetados en rojo que separan su altar del fango del foso. Algo en el aire parece indicar que, sin pasar nada, todo puede llegar a ocurrir.

– ¡Que traigan a las bestias!.

Las cámaras enmudecen gradualmente a medida que los fotógrafos van dejando de encontrar alma en la escena.

Su excelencia se aproxima a la escalinata descendiendo algunos peldaños. De un pórtico lateral un auxiliar aparece precedido por cuatro perros. O algo que se les parece. Su envergadura estremece. Babas colgando de sus colmillos y sus potentes y torpes garras apisonando el lodo al final de sus extremidades. Del cuello las cinchas de fuego. Cuerdas refulgentes que el auxiliar deja respetuosamente en la mano de su excelencia.

Con un pie en el sexto peldaño y el otro dos más arriba, el homenajeado, desarropado de la solemnidad que ha dado impronta al resto de la sesión, no puede evitar que su rostro muestre un rictus de tensión muscular y mirada grave.

Los fotógrafos hincan una rodilla en el lodo echando a perder sus pantalones a la búsqueda de un plano contrapicado, las bestias, el crepitar de bengala de las cinchas guiando la perspectiva a la nervuda mano de su excelencia en un elevado segundo plano. De nuevo los disparadores de las cámaras.

– Muchas gracias. La sesión ha finalizado.

Su excelencia se aproxima al maestro de ceremonias y murmura algo a su oído. Después se aleja. Me hace una seña minimalista y dos auxiliares se aproximan para guiarme a través del lodo que cubre el suelo hacia los aposentos privados.

– La edad.- Dice ya sentados disfrutando de sendas tazas de té verde.- El tiempo, se va encargando de pulir a su paso el significado de determinadas palabras. Arriba y abajo dejan de tener relación con la altura y pasan a tenerla con la dignidad. La superación exige tangencialidad. En algún momento uno encuentra la motivación por la que hacer las cosas. Envejecer mina las respuestas que uno se molestó en encontrar y debe seguir testando su motivación en cada uno de los duelos a los que le somete la edad. Doblegar las motivaciones, aunque a medias, es lo que llamo dignidad. No es superación, sino una mera subsistencia del alma y sus razones. El festival al que acabamos de asistir no deja de ser una pantomima para ver si algún avezado fotógrafo es capaz de encontrar en la escena esa pulcra adolescencia de lo conseguido. Tú debes hallar el modo de contar mi lucha. Del limar las respuestas que retuercen las pérdidas del paso de mi tiempo en este palacio de poesía.

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