Fue al golpear con el pie una lata de Coca Cola, cuando él se dio cuenta de que había perdido un seno.¡Otra vez! ¡Además una noche en que llovía! Como no podía ver nada, decidió volver a casa para acostarse y empezar la búsqueda por la mañana. Pero, no logró cerrar los ojos debido a la falta del seno. Se trataba del izquierdo, el más pequeño de los dos, el que siempre había parecido un poco enfermo al lado del otro. Nada que ver con el seno derecho que era otra cosa: redondo, lleno de vida, generoso.¡Un seno capaz de darle de comer a cinco hijos!

Al despertarse al día siguiente, inspeccionó rápidamente su pecho. El seno izquierdo todavía no estaba ahí. ¿Qué iba a hacer? Además, dentro de un mes regresaría al trabajo y no podía presentarse así en la oficina, ¡por Dios! Se quedó pensando un momento y, de repente, recordó que el día que perdió su seno, había acudido al banco. Se vistió inmediatamente, tomó el primer bus que pasaba y se dirigió a éste. Entró, fingió estar retirando dinero en el cajero y después se acercó a la ventanilla donde lo vio: ¡en el escote de la señorita que la atendía, una mujer de pelo negro de unos cuarenta años!

Volvió a casa a toda velocidad y pensó en la mejor manera de recuperar su seno. Esperó pacientemente y, hacia las cinco de la tarde, salió de nuevo de la casa con un revólver escondido en su pecho para dirigirse al banco. Cuando la cajera salió de éste, la siguió discretamente hasta el parque vecino, la vio encontrarse con un amigo y después escuchó:

–¡Uy, pero, qué seno tan bonito! ¡Mira cómo se me pone el pene!
–¡Sí, es verdad! ¡Además, cuando lo acaricias, se pone feliz y se infla para intentar alcanzar el mismo tamaño que los otros!

Aunque se le quedó la boca abierta, no saltó sobre la mujer para arrancarle el seno que le pertenecía, no. Extrañamente, tiró el revólver en una caneca de la basura y dio media vuelta. Se dijo que era mejor así, ¡que su seno era por fin feliz en el pecho de otra! Volvió entonces a casa tranquilamente y se acostó escuchando la lluvia caer.

Pasó el tiempo y llegó el momento de volver al trabajo. Era el comienzo del otoño y llovía cada vez más seguido, sobre todo por la noche. Eso le gustaba, le calmaba. A menudo, salía a pasear bajo la lluvia. Se quitaba el brassier y dejaba que la lluvia le acariciara. No solamente ella. Él otro también: el viento. Frotaba su soplo frío contra su seno derecho y le pasaba la lengua por encima como una cura otonal. Y desde entonces, vio crecer poco a poco un pequeño seno a la izquierda de su seno derecho, ahí donde el viento ponía la cabeza después del orgasmo, una noche, dos noches, tres noches, las noches de lluvia.

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