Voy a cumplir 40; me digo una y otra vez.
Cuando no llegaba a edad de poder entrar a la cárcel, veía a los que tenían 40 como viejos, zombies grises que no habían disfrutado de la vida y que en el resto de lo que les quedase no harían nada excepcional o trascendente.
Morrison, Cobain, Joplin, Johnson, Jones, Hendrix, Winehouse y tantos otros; éstos sí, vivieron deprisa y murieron con tan sólo 27 años, dejando un bonito cadáver, entre drogas, alcohol y excesos, y formaron parte del famoso Club de los Malditos o de los 27, y dejaron su música y escritos para la historia.
Y así viví mi juventud, tocando en una banda de rock-punk y voceando “No future”, escribiendo poesía, bebiendo y descubriendo drogas, fumando y corriendo hacia todos los lados y todos los planos por y para mis ansias de comerme la vida. No hice nada para que la historia me recordara, pero tampoco morí joven: en aquel accidente de tráfico, aquel coma etílico o aquella vez, que por cobarde en mi modo de sentir la vida, dije no a la heroína, a una sobredosis o al SIDA.
El otro día me hicieron un análisis de sangre, llegué al médico con el dedo gordo del pie como un botijo, los resultados eran los esperados: ácido úrico, colesterol y transaminasas hasta las nubes. Normal, teniendo en cuenta que mi modo de “vivir deprisa” se fue tornando un “finta la muerte”, un esquiva el inminente peligro que se acercan los 27, que, una vez pasados, ya no valía la pena morir. Aún así, mis excesos siguieron de un modo menos agresivo pero constante: la carrera de velocidad se transformó en carrera de fondo, poco a poco, matándome sin prisa. Tuve ese punto de inflexión: empezar una nueva vida o hacer el sprint final. Claro, muriendo a los 40 llegas tarde para dejar un bonito cadáver: empecé a buscar alimentos prohibidos y ahora me ves sin tomar alcohol, ni drogas, ni ingerir nada animal.
Ahora soy como un adolescente y veo a los de 60 años como viejos zombies grises. Dentro de mi hay ganas de volver a gritar a la vida, comer, beber y drogarme, a decir un “No future” desgarrador, volver a la poesía descontrolada y a la música protesta, a tener prisa por vivir el momento y dejar un cadáver no del todo golpeado por los años. Pero volverán los médicos y los ataques o los ictus. Me cuidaré y entonces veré a los de 80 como viejos zombies grises. Gritaré un “No future” bestial. Pero muriendo a los 80 se llega demasiado tarde para dejar un bonito cadáver, hasta que vuelva a ver que me tengo que cuidar y que son los de 100 los viejos zombies grises.
Seguramente iré haciendo así hasta los 140 o 160 y, por este mismo hecho, ya habré conseguido algo excepcional y dejaré un arrugado cadáver.
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