LO BUENO Y LO MALO

LO BUENO Y LO MALO

Alvaro de Teresa

29/10/2018


Lo bueno fue que nos cruzamos uno de esos días en que todo se presta para que el amor resulte triunfador: el clima, la deliciosa comida de Lamucca, el excelente vino y, sobre todo, esa bendita sensación de deseo que le invadió cuando le conté de mi nombramiento —después de muchos años de esfuerzo— como Director General de una importante compañía. Esa tarde, en aquel magnífico restaurante, todo se configuró a mi favor para que mi anhelo más deseado, más intenso y más buscado, se cumpliera. Finalmente, mi pasión por superarme, y ser alguien en la vida, la conquistó. Y el deseo —eso fue lo bueno— la convenció.

Ella parecía estar hecha de dulce, con sus pómulos de azúcar y sus cejas caramelo. Y como yo nunca he tenido problemas de diabetes —es lo bueno—, el goce de su cara fue total y sin pesares. Luego de disfrutar de su rostro sabor canela, me deslicé con mi lengua de mantequilla por su torso caliente, al tiempo que la mermelada de sus labios bajaba conmigo y pintaba de rojo —era de fresa, fue lo bueno— la línea divisoria de sus pechos. ¡Ah, con qué placer ella se estremecía! ¡Y qué suerte el haber sido yo la causa —eso fue algo verdaderamente bueno— de que así se estremeciera!

La mordida en el ombligo me embarró de chocolate (aquí lo bueno es que era del oscuro, que es el que me gusta), y de ahí, camino al sur, mientras degustaba los sudores que corrían por su vientre, todo fue dejarse llevar por el deseo… Olfateando, saboreando, imaginando los deleites cocinados río abajo, ahí, en esa olla milagrosa donde hierven y culminan los sabores y gemidos.

Con su antojo y mi apetito sumamente alborotados —entre estos dos hubo mucha química, fue lo bueno—, me dispuse a disfrutar del festín de aquel anhelo… ¡El más deseado, el más intenso, el más buscado! Y a punto de empezar a paladear su delicada y carnosa suavidad, justo cuando abría mi boca llena de ansias —y de dientes— para relamirme en el misterio de su encanto… ¡PUM! Que revienta mi barriga, indigesta, destrozando mi delirio. Lo bueno fue que alcancé a llegar al baño antes de vomitar. Lo malo, que mi maravilloso sueño se dio por terminado —¡maldición!— en su mejor momento.

Lo bueno —dicen los vecinos—, es que ya clausuraron, por insalubre, el puesto de tacos de la esquina.

Lo malo —digo yo— es que, a menos que me encuentre otro puesto como ese, va a estar muy difícil que vuelva a soñar con tanta intensidad…

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