BUENOS DÍAS DISCAPACIDAD
“Buenos días discapacidad”. Es la frase que todas las mañanas Rafael se decía a sí mismo mirándose al espejo. En la mesa de su despacho tenía una lista de objetos de su casa: cocina, armario, lavabo… .Veinte objetos distintos. El objetivo de cada día era encontrarlos, reconocerlos y memorizar su nombre. Para él era un trabajo difícil.
Rafael había sufrido un ictus que le había afectado especialmente a una zona del hipotálamo. Había perdido buena parte de la memoria. No se acordaba de los nombres de muchas cosas, ni de las letras, los números u operaciones matemáticas
Para él suponía un gran problema ya que era profesor de Matemáticas en un Instituto. Siempre había sido una persona intelectualmente brillante. Estudió Ingeniería de Caminos, influido por su padre que también lo era pero desde muy joven se dedicó a la enseñanza y disfrutaba enseñando Matemáticas a los niños. Cuando algunas personas le animaban a trabajar como Ingeniero en la empresa privada, en la que podría ganar mucho más dinero, siempre respondía:
“En un día de mi trabajo me río treinta veces, me sorprendo por tantas cosas y tengo más sensaciones emocionales y vitales que las que pueda tener un Ingeniero construyendo una carretera en cinco años. Para mí esto es más importante que el dinero”.
En definitiva, era un apasionado de su trabajo y maestro de vocación.
Dos meses después del ictus a Rafael se le declaró una incapacidad absoluta para cualquier tipo de trabajo. En el informe médico, ponía “importante discapacidad intelectual por pérdida de memoria”. Cuando se lo dieron, Rafael exclamó: ¡Soy un discapacitado intelectual! No me lo puedo creer!
Rafael intentó semanas después, cuando avanzó la rehabilitación, incorporarse a dar clases. Pero todo fue inútil. Se quedaba bloqueado en mitad de la clase. Sus alumnos se reían cada vez más de él.
Desde hace dos años Rafael sigue luchando contra su discapacidad. Los psiquiatras le dijeron que lo mejor es que aprendiera todo desde el principio. Como si fuera un niño de cinco años. Estuvo largos meses con profesores particulares pero después, para relacionarse y socializarse, le aconsejaron que se matriculase en una escuela de mayores que había en su barrio. Y de este modo Rafael, el antiguo profesor, volvió al colegio pero para aprender. Aprendía rápido. El maestro de la clase, que conocía su situación, muchas veces le decía “ánimo Rafael que ya mismo me sustituyes”. Y ese era el sueño de Rafael, volver a ser profesor. Ya tenía 56 años pero tenía el sueño de un veinteañero que va a empezar una profesión. Quería otra vez a enseñar a “sus niños”.Ser la referencia que necesitaban. Parecía un imposible, pero era el sueño por el que luchaba día tras día.
Esa mañana de final de verano, como cada día, se volvió a sentar delante del espejo, miró la lista de treinta cosas que le había preparado el día anterior el psicólogo y se dijo asimismo:
“Buenos días discapacidad, cada día te veo más pequeña”
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