El túnel de la apatía

El túnel de la apatía

Marcell Erde

26/10/2018

La casa de Clara se encontraba ubicada en el mismo centro de Bilbao, en la calle de la cruz, muy cerca de donde vivió Miguel de Unamuno. Era una casa antigua, de techos altos, y exageradamente grande, con espacio y habitaciones de sobra para los siete miembros que componían la familia, sus padres, sus tres hermanos y su abuela materna, además de los dos dogos que tenían.

No se puede decir que Clara no hubiera tenido amor ni afecto en casa a lo largo de toda su juventud, sus padres le colmaban a besos y ternura, y no paraban de manifestarle lo afortunados que eran por tener un hija tan buena, tenía unos hermanos cariñosos que se preocupaban por ella y a la que incluían en cualquier actividad que realizaban, especialmente por ser la más pequeña.

No sufrió bullying en el colegio, era inteligente, trabajadora, responsable, guapa, alta, y delgada, características estas tres últimas realmente sin importancia pero para muchas personas, especialmente a edades tempranas todo lo que no sea estéticamente aceptable puede constituirse en el mayor de los complejos. Había tenido siempre, además, buenas amistades. Pero Clara, a pesar de tener una vida aparentemente feliz en todos los sentidos era la más desdichada y frustada. A tal punto que en no pocas ocasiones había considerado la posibilidad de quitarse la vida. Y es que muchas veces no escuchamos los gritos silenciosos de las almas atormentadas.

Tenía apenas treinta años y los días se le hacían eternos, su obsesión por la muerte ataba su atormentado espíritu a límites insospechados, le doblegaba, le había demacrado hasta su figura e incluso le había atado al ostracismo de su habitación tras acabar la carrera de derecho, hasta que conoció a Idoia, la nieta de una amiga de sus padres que tenía síndrome de down.

Idoia, era todo lo contrario, su padre le había maltratado, su madre murió cuando ella nació, nunca tuvo muestras de afecto alguna ni amor, estaba en silla de ruedas desde los ocho años, había perdido una mano en un accidente doméstico, nunca había tenido amigos, su riñón no funcionaba y tenía que ir a diario a diálisis, su vista era realmente mala, era bajita, regordeta y padecía diabetes y otras dolencias varias. Pero Idoia era infinitamente más feliz que Clara, de hecho su tesón y su rebelde amor desinteresado logró que hiciera un curso de FP superior, que se involucrara en un sinfín de actividades y que a sus cuarenta años tuviera pareja, hogar y todo aquello que nunca había tenido hasta bien entrada su madurez.

Clara fue conociendo poco a poco el carácter y la vida intensa de su nueva amiga, y comenzó a vislumbrar una salida al túnel de su existencia. Comprendió que tanto el esfuerzo como la autoconfianza así como un amor infinitos, acompañados de una enorme empatía eran claves, aún en las horas de mayor soledad, para alcanzar una vida plena y feliz. Y decidió que era ya hora de salir del túnel de la apatía.

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