Sentada frente al mar, se veía a ella misma años atrás cuando sus lágrimas dibujaban surcos en sus mejillas mientras intentaba ordenar sus pensamientos. Como olas iban y venían trayendo desde la profundidad de su ser, recuerdos, situaciones y sensaciones, que la arrastraban hasta casi ahogarse en lo más profundo para luego devolverla a la orilla respirando entreverada en el dolor, casi ahogada.

Un suspiro profundo, de esos que conectan el cuerpo, el alma y la mente, la devolvió a ese instante de su vida.

Le costaba entender qué había sucedido, cómo era que su vida se había deshecho de tal forma. Había aprendido en carne propia aquella frase tantas veces repetida; la muerte todo lo termina.

La tardecita había comenzado. No podía sentir en su piel ni siquiera el frío que había traído el ocaso. Las primeras estrellas comenzaban a brillar en el cielo multicolor cuando sintió el calor de la pequeña mano de su hija en su espalda, que al abrazarla le preguntó: “Mami, ¿me cuentas de nuevo la historia de la estrella de papá?”

La calidez que sintió en ese momento fue más que la mera sensación corpórea, una mínima llama comenzó a arder en su corazón y fue en ese momento que se percató de una verdad sencilla: ella estaba viva, la muerte con su frío lapidar había arrasado con su existencia como ella la concebía hasta ese momento, pero tenía aún la fuerza de su alma para volver a crear un nuevo existir.

El dolor no terminó de irse en ese momento, pero ese día comprendió otra frase que muchas veces había leído y escuchado: el amor es más fuerte. Decidió así buscar amor en cada acto de su vida, para poder rodearse y alimentarse de él.

El tiempo fue transcurriendo y las heridas fueron sanando. En su mente le gustaba jugar con ella misma en su niñez, tenía grandes charlas en las que le advertía que no llorara y sufriera por sentirse incomprendida o débil frente a la vida o a sus pares, ya que la vida misma se iba a encargar de mostrarle todas sus fortalezas.

El destino le tenía preparada una sorpresa que ella jamás siquiera soñó posible: el amor nuevamente invadiría cada rincón de su alma y de su cuerpo.

Sentada frente al mismo mar que tantas veces la había visto llorar buscando respuestas, hoy sonríe en paz, la calma que le brinda sentir su pequeñez frente a la inmensidad de ese mar y ese cielo es maravillosa.

Vuelve a atardecer, el ocaso del sol deja vislumbrar el brillo de las estrellas en el oscuro cielo, el calor del abrazo de su amado le recuerda que no hay nada que repare más a un alma rota que el amor. La risa de su hija mientras acaricia el vientre donde crece su hermana le enseña que no importa cuántas veces te hayan dicho que eres débil, no sabrás de tus fortalezas hasta que no te enfrentes a los desafíos de tu vida.

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