Nací en un hermoso y privilegiado lugar lleno de música, arte y cultura, que no era accesible para mí hasta que pude tomar decisiones y escoger el rumbo de mi vida, esto fue en mi adolescencia. Pasé mi infancia rodeada de carencias económicas y un tanto afectivas, resultado de la familia resquebrajada y maltrecha que formaron mis padres; acrecentada con la pérdida de la hija más pequeña, que finalmente aniquiló esta unión venida a menos. Ciertamente tuvieron nulas oportunidades y muchas responsabilidades a cuestas. Con tanto dolor su vida se convirtió en un infierno. Yo decidí ser feliz.
La valiosa porción de amor que mi joven madre pudo darme al ser la segunda hija -se casó a los quince- formó mi carácter fuerte. Mis hermanitos no tuvieron esa suerte, estaba cansada y dolida cuando ellos crecieron. Los días fueron duros, muchas veces sin comida para los 6 hijos restantes. A los 12 años comencé a trabajar aportando a la casa, no fue difícil el comercio, pero exigía un gran esfuerzo mantenerme bien en la escuela; nunca pensé abandonarla y mamá siempre me apoyó. Tenía muchos amigos y era feliz.
La vida de la mujer comenzaba a los quince años, al menos para aquéllas cuya máxima aspiración era prepararse para ser una buena esposa y por supuesto, conseguir un marido. Muchas de mis amigas se casaron cumpliendo los dieciocho, también mis primas. Decían a mi padre ¿cuándo se casa tu hija? es grande, se le pasa el tiempo. Como si fuese un vegetal.
Siempre me gustó estudiar, leer, escribir, cantar y bailar. Hice todo eso y fui premiada en muchas ocasiones por ello. Yo era diferente, tenía sueños que iban más allá del matrimonio y el quehacer doméstico. Entendí que no esperaría al príncipe azul que viniera a rescatarme.
Terminé la universidad, primera meta cumplida. No, la segunda tampoco era el matrimonio. Ya era profesionista pero quería más. Deseaba algo más grande que no encontraría ahí.
Cargada de ánimo aunque sin recursos me fui a la capital del país. Ingresé a la mejor universidad de américa latina en la maestría y comencé a trabajar por la justicia. Sola de familia y amigos me uní a un hombre que nunca compartió mis metas. No era un príncipe azul pero me enamoré, le di dos hijos y no pude hacerlo feliz, ni él a mi.
Después del desencuentro retomé proyectos, culminé dos maestrías. Con mi trabajo logré estabilidad económica para mis hijos, pagando buenas escuelas, viajamos y paseamos; formé una familia unida por el amor. Están en la universidad siguiendo su vocación y son la mayor bendición en mi vida.
He sido reconocida como la mejor en mi profesión. Hoy soy Doctora en Derecho Penal. Otra meta cumplida. No es la última, tengo muchas más que visualizo a futuro.
Me enamoré de la vida y decidí vivirla intensamente, asumí los riesgos, decidí crecer y crecí. No soy cenicienta, ni espero al príncipe azul. Soy una mujer feliz.
OPINIONES Y COMENTARIOS