El corazón le latía de manera poco habitual. Verla partir en la ambulancia era algo que superaba sus emociones. Toda la vida juntos, ahora parecía que por la gravedad y empeoramiento de la enfermedad de Manuela, era distinto. Antonio tuvo fuerzas de parar un taxi y pedirle que le llevará al hospital Civil, que era donde siempre la ingresaban. La tarde veraniega en Málaga y esa calor sofocante, hacía que le corriera gotas de sudor por la frente, mientras miraba por la ventanilla el pasar de la gente por las calles, subiendo por Juan XXIII y Barbarela. Mientras tanto Manuela esperaba en la sala de urgencias, que le hicieran las pruebas pertinentes. Transcurridas unas larguisimas horas ya estaba su mujer en planta, habitación 408 dormida y con sueros puestos. El la miraba con mirada tierna y grave a la vez, cariñosa y con cierto pavor , pues esta vez parecia la cosa peor. Ella se había desvanecido en el salón, sin saber el tiempo que habia quedado tendida su Manuela querida. El botón rojo de Teleasistencia funcionó una vez más, ¿como algo tan pequeño podia proteger más que un ejercito?, ¿transmitir más paz que tres Mesias juntos?, el joven técnico de pelo negro rizado y de ojos enormes, que siempre les atendia en su domicilio, les decia risueño que el secreto era el amor que las chicas atendian a cualquier hora, más unos cablecillos de esperanza que llevaban esos palpitantes botones. En apenas 15 minutos llegaron los servicios médicos para trasladarla en ambulancia. Antonio tenía los ojos cerrados a su lado, y se despertó al entrar en la habitación su hija Lola, que entre sollozos abrazó a su padre, luego se dirigió a su madre y la besó en la frente. Ella seguía dormida. Mientras tanto padre e hija planificaban como quedarían por turnos con ella, sin saber los días que permaneceria en aquella lucha y guardia sin cuartel y permanente. Antonio le guiñó un ojo a la hija y le dijo «niña tu padre como siempre entra, pero tu no digas ná de ná». La severidad del Hospital para con los ingresos, y visitantes era ardua conocida. Antonio tras despedirse de su fragil mujer, quedó con Lola en verse por la mañana temprano. Cuando regresó a su casa en el barrio de Huelin, y entró por la puerta nada más dar la luz, se derrumbó y comenzaron a brotarle lagrimas de los ojos, ver sus fotos colgadas familiares. Le partía el alma por dentro, el amor era tan grande que sentia por su Manuela, que ni pasaba por su mente el perderla o que algún día no regresara del Hospital. Antonio era un hombre hábil, apañao y muy manitas , hacía mucho en la casa tras su jubilación.A la mañana siguiente tras bajarse del autobus, como otras veces este gran hombre, sacaba su carné de donante de sangre y se colocaba en la cola, tras la extracción en la planta inferior, ya tenía acceso total en todo el Hospital.
OPINIONES Y COMENTARIOS