Hace muchos años solía ser una descuidada y tímida niña con buen diálogo y agradable sonrisa pero, con un alma cubierta de escamas de piel. Vivía en un mundo mágico donde todo era desconocido y donde el cielo se tornaba encantador al descubrir que tenía puertecitas que al abrirse me dejaban ver como seres alados de espléndida luz descendían para abrazarme.
Siempre vivía en un mundo de fantasía diseñado a la medida de mis inocentes exigencias de infancia queriendo escapar de la realidad que mi cuerpo tenía que vivir, queriendo desollar lentamente mi alma de esas duras escamas de piel que poco a poco cubrían mi tierno corazón de dolor haciendo fluir de mis pequeños ojos un extenso río de lágrimas.
Cartas con piedras blancas escritas secretamente a Dios, me salvaron de un destino incierto si hubiera continuado en ese lecho de sufrimiento… al apartarme muy lejos de ese dolor que carcomía mi alma. Pero aquello que ya estaba cubierto no tenía forma de ser nuevamente descubierto, si intentaba mutilar esa área de mi alma solo atraería un recuerdo continuo de lo sucedido. Así que aprendí a vivir en medio del dolor, con esa armadura que mi alma diseñó para nuevas batallas y fortaleciéndome de todo lo nuevo que acontece a mi vida.
Siempre sentía que estaba en un lugar ajeno a mi naturaleza, no encajaba, no lograba adaptarme y no me relacionaba adecuadamente. Mi timidez encerró mis maravillosos talentos y me arrinconó en una esquina donde pocos fueron capaces de llegar; solo una buena taza de café capuchino espumoso calentando mis manos y un buen libro con una hermosa historia, me alentaban a ver la vida con un dulce sabor.
Cada escama contaba una historia dolorosa que sellaba mi alma de forma permanente para evitar volver a reescribir el dolor, me di cuenta que mi vida se había convertido en una obra de arte, mi alma era el lienzo y el dolor era el pincel, y cada escama que se fijaba en mi alma era maquillada de manera majestuosa por el transcurrir de los años.
Cuanto dolor tuve que soportar, solo sé que, si no fuera por esa bella armadura de escamas bronceadas por el oro majestuoso de la cercanía con Dios, mi corazón fragmentado hubiera regado sus trozos por cada andar de la vida; hoy comprendí que es necesario llenarse de escamas para poco a poco ir diseñando un bello yelmo que nos resguarde de aquel dolor que, a pesar de ser invisible, golpea con tanta fuerza que en ocasiones tiende a apagar la luz de nuestra alma.
Hoy solo puedo decir que me siento orgullosa de ser lo que soy, tengo todo aquello que necesito y me hace ser única y especial: una majestuosa armadura de escamas de piel, que solo puede ser apreciada por ojo de artista y alma de guerrero. Cuánta fortaleza he ganado al darme cuenta que el dolor no es más que el fuego del gran alfarero.
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