Una Decisión

Una Decisión

Santos Osoy

20/10/2018

Era el 23 de diciembre de 2001, una víspera de noche buena el aire era más violento que de costumbre. La radio como siempre reproducía en sus altavoces una canción de navidad y buenos deseos.

Esa mañana todo fue interrumpido por un golpe abrupto que llamó a mi puerta, desde su sonido brusco supe que nada iba a volver a ser igual, las noticias fueron más duras que el mismo golpe.

Mis lágrimas, al ver a mamá desolada, la acompañaron. Ese día su padre, mi abuelo, mi amigo, mi héroe se había ido a un viaje sin retorno. Mi cabeza se llenó de imágenes que brotaban de mí ser como una película en Fast Mode; no iba a volver a ver su sonrisa, ni escuchar sus consejos.

A los 11 años de mi vida supe lo frío y doloroso que es cuando la muerte decide tomar su próxima cita. Nadie comió ese día lo único que queríamos era ver una vez más a ese cuerpo consumido por el tiempo y entender por qué el mismo tiempo no me había dado un plazo más para decirle lo mucho que lo amaba, no sabía cuánto lo amaba hasta cuando la vida dio un paso al costado y dejó que mi caminar fuera sin él.

Llegar al lugar de encuentro fue lo más difícil, saber que ahora el cuerpo que abrazaba estaba resguardado por madera y cuatro paredes. No recuerdo bien como me quedé dormido esa noche, tal vez las lágrimas dieron paso a que “Morfeo” me tomara en sus brazos y así escapar de la realidad; jamás estas preparado para decir adiós de verdad.

Entre la multitud me colé por un espacio reducido y llegué al lugar donde iban a estar sus restos, tomé un poco de tierra y la arrojé encima de su caja, me alejé y sentí como su partida destrozaba lo más profundo de mi alma. El tiempo que promete curar todo solo dio paso a que mi tristeza fuese más grande.

Días después de su partida, empecé a sentir como el dolor se apoderaba de mí literalmente; ver a mamá cocinar con lágrimas en sus mejillas solo fue el primer paso al grande dolor que se le venía encima. De una día para otro mi salud se fue deteriorando y con ella mis ganas de vivir se evaporaron, inconscientemente estaba renunciando a mi vida.

Recuerdo las palabras del doctor diciéndole a mamá que perdería a su hijo y que no sabían que enfermedad tenía. Esa noche mamá lloró sobre mí y sus palabras fueron “DIOS por favor no te lleves a mi hijo”, entre mi lucidez y mis alucinaciones alguien hizo una pregunta, ¿Qué quieres? supe que estaba a punto de tener una cita con la muerte, decir SI era tener una oportunidad de ver nuevamente a mi ser querido, decir NO era afrontar la vida con sus altos y bajos.

Mí –DECISIÓN- fue vivir para saber, por qué la vida me dio una segunda oportunidad.

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