Traje gris y sombrero, así era el señor que a menudo me encontraba por todas partes. Siempre tenía una gran sonrisa y me saludaba bajando delicadamente su sombrero.
Era maravilloso descubrir que aún existían hombres así.
Consiguió trasladarme a un pasado hermoso, lo que no esperaba es que también me llevara a un presente tan doloroso.
Una mañana desperté sobresaltada al oír un ruido en el baño. El corazón me latía con fuerza, no me atrevía a salir de la cama, pero, sabía que había alguien allí. Escuchaba el sonido del agua del grifo, y la voz de un hombre tarareando.
No sabía qué hacer, tenía tanto miedo de levantarme como de quedarme en la cama.
Mil vueltas le di a mi cabeza, hasta que me levanté despacio, intenté no hacer ruido y así poder pillarle desprevenido.
Cogí una linterna que siempre guardo en mi mesita de noche y me acerqué muy lentamente.
Al llegar al baño, el señor de traje gris y sombrero estaba allí, lavando tranquilamente sus manos.
Me quedé paralizada, no sabía que hacer ni que decir, cuando la linterna se desprendió de mis manos y al caer al suelo, el ruido lo sorprendió.
Pero él tranquilamente dijo:
– ¡Qué susto me has dado Sara! Y sonrió. Yo seguía paralizada, se acercó a mí, comencé a gritar, a pedir ayuda…
Él me pedía calma, pero yo estaba histérica, y me movía de un lado a otro.
Pensé en salir corriendo a la calle, cuando su mano firme me agarró, me giré y el espejo del pasillo me dijo la verdad.
¡Estaba sola!
Un escalofrío recorrió mi cuerpo, y con terror me giré de nuevo y él estaba allí.
Había perdido totalmente la cabeza, dije en voz alta, a lo que el comentó:
– ¡No Sara!, ¡no estás loca!, lo que pasa es que no recuerdas quien soy, si me dejas, te lo vuelvo a explicar.
Asentí con la cabeza y bajamos despacio al salón porque las piernas me temblaban.
– Soy el Sr. Al- Zheimer, tú me llamas Al y vine hace tiempo para intentar explicarte que tu vida iba a cambiar, quería ayudarte poco a poco a no tener miedo y que supieras que no te dejaré sola.
– “…Haré pedazos tu alma, destrozaré tu cabeza y tu cuerpo, sentirás que limito tu vida con cadenas y absorberé tu esencia…”
Las lágrimas brotaban por mi rostro, estaba en estado de shock, no podía hablar y él seguía horrorizándome con sus palabras.
– Se que estás aterrada, pero te prometo que un día me verás y ya no te asustarás, porque te acordarás de los momentos tan increíbles que pasamos cuando estamos juntos e ignoramos al mundo.
– Viviremos en nuestro mejor sueño, iremos y volveremos cada día y poco a poco nos iremos instalando en ese lugar.
– Hasta que un día, nos quedaremos juntos allí y no volverás a sufrir…
– ¡Cállate!
Fui hacia el espejo, y me reencontré con mis ojos… con mi YO.
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