Ella vivió medio a hurtadillas del mundo por una extraña enfermedad adquirida en el ático de la vieja casa, que, —adaptada como un pequeño hogar—, le servía para estar confinada y protegida de sus constantes ataques de pánico. Tenía una mullida cama de níquel y otros muebles dispuestos por la estancia. Frente a la cama, un área adaptada como salón con sillones de tapicería gastada y una gran estantería al fondo, desnuda de libros y que portaban tan sólo retratos familiares.
Su familia no quería que sufriera esas siniestras visiones que la atormentaban. En ocasiones, éstos síntomas la hacían cruzar el umbral de la pesadilla, por la agudeza de su temible realidad.
La joven se sentía incomprendida y temida por todos por la reacción que tales delirios le ocasionaban. Veía varias veces al día como su cuerpo era abstraído a otro mundo irreal de tenebrosos paisajes boscosos; de árboles desnudos en la noche y sombras fantasmagóricas que la perseguían sin descanso, hasta que despertaba sobrecogida.
Su sufrida madre, achacaba el origen de las pesadillas al mundo interior que, —como una hiedra salvaje—, había anidado en su cabeza por la lectura constante de libros de terror que tanto le obsesionaron a la joven. La sobreexposición de lecturas de ese género, había traspasado los renglones de sus páginas, anidando en las realidades de sus pupilas, como la locura del Hidalgo que creyó ser un caballero entre gigantes.
Tras las visitas estériles de médicos, la madre decidió traer a casa al viejo bibliotecario del pueblo, en un intento de subsanar a su hija, confrontándola con el origen de sus males.
El bibliotecario, —extrañado de la petición entre lágrimas de la madre—, accedió a venir a casa y sugirió quedarse sólo con ella en el desván. La muchacha estaba con la mirada perdida tras las sábanas. Todos esperaban impacientes a que terminara aquella especie de consulta en la que, —tras un tiempo oportuno—, sale el bibliotecario y solicita no molestarla hasta pasadas unas horas, para que hiciera efecto su singular receta.
Su submundo de brujas y personajes taciturnos que la perseguían, pronto comenzaría a derrumbarse cuando la joven adquirió ante cada aparición, una especie de eficaz conjuro que lanzaba a cada espectro, y que decía:
—“No eres real…, eres ficción; vuelve a tu mundo” …
Haciéndolos desaparecer de inmediato de sus ojos. Pronto el paisaje de tenebrosos árboles, se tornaría en primavera. Comenzaron a salir frondosas copas y simientes del suelo y el gris predominante, fue mudándose en verde. La chica descubrió hermosos jardines floridos de estanques y estatuas. Lo hermoso fue reconquistando a lo terrorífico y su vida de sueños, comenzó a serenarse.
La atormentada chica comenzó a ahogarse en su interior. El nido de fantasmas de su cabeza, —espantados por la lógica cordura—, volvió a ser un afluente de pensamientos positivos que la hicieron feliz. Ante el asombro de los suyos, la joven salió a la calle a tomar baños de sol, habiendo ganado la batalla a un oscuro y turbulento pasado.
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