El sabor imperecedero del loto

El sabor imperecedero del loto

“τῶν δ’ ὅς τις λωτοῖο φάγοι μελιηδέα καρπόν (…)

αὐτοῦ βούλοντο (…) λωτὸν ἐρεπτόμενοι

μενέμεν νόστου τε λαθέσθαι”*.

Homero, Odisea, rapsodia ι, 95-98


Ulises dejó el tenedor en su plato. Acercó la copa del delicioso vino tinto a sus labios, pero apenas pudo paladear unas gotas antes de que las lágrimas se apoderaran de él. La canción de Demódoco había hecho que se desbordara la presa de los recuerdos. Ulises decidió no disimular más y contó su historia a los feacios: hazañas heroicas, luchas contra dioses y mortales, contra monstruos y brujas seductoras, contra viento y marea; contra la nostalgia. Los anfitriones se quedaron fascinados por las proezas y emocionados por el drama que había vivido aquel hombre. La mañana siguiente le proporcionarían un barco para que llegara a su patria a buen recaudo. El viaje llegaba a su fin.

Aquella misma noche, apenas durmió -y no por la excitación que le provocaba volver a ver a su familia después de tantos años. Ulises había contado con todo detalle sus peripecias, salvo una. No contó que en la isla de los lotófagos fue él quien lloraba, quien no quería volver al barco, quien comía un loto tras otro. No dijo que habría cambiado todo el suculento banquete por solo una flor más de aquella planta; que desde entonces sabe que el olvido es dulce y no hay manjar o vino exquisito que pueda disipar el persistente amargor de la memoria que el tiempo alimenta y dilata.

* El que de ellos probaba su meloso dulzor, al instante perdía todo gusto de volver y llegar con noticias al suelo paterno; solo ansiaba quedarse entre aquellos lotófagos, dando al olvido el regreso y saciarse con flores de loto.

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