La poderosa muerte.

La poderosa muerte.

La poderosa muerte ha golpeado mi puerta,

y yo la he dejado entrar.

Aunque esperaba por ella, no pude evitar temblar ante su presencia.

Alcancé a ver bajo la capucha, su rostro de mil años. Su boca seca pareció sonreír cuando susurró amenazadora.

─En cinco años el hilo de tu vida será cortado. Olvida la esperanza, las plegarias y la ilusión. No podrás escapar de mí.

Dio la vuelta y me dejó en la penumbra de mi dolorosa soledad.

─Espera ─le dije temblando, y dándome valor grité desafiante.

─¿Y por qué no ahora?

Sus ojos sin vida me miraron dejando desnuda hasta mi propia alma.

─¿Eso es lo que quieres? ─preguntó contrariada.

Respiré profundo. ─No es la primera vez que se presenta tu sombra. He sentido tu aliento sobre mi cuello más de una vez, pero tus garras no lograron apresarme. Solo te llevaste lo que más amaba… de hecho te llevaste lo mejor de mi.

Me miró casi conmovida.

─Te equivocas ─respondió ─yo solo sellé con mi anillo el pergamino ensangrentado que recibí.

La muerte estiró su cuello y miró curiosa hacia el interior de la habitación.

─¿Estás seguro de que esto es lo que quieres hacer?

No respondí, solo me dirigí a la mesa, bebí el último trago de la botella para darme el valor que necesitaba y guardé el paquete envuelto en diario bajo mi correa.

─Es hora ─dije sin titubear.

La muerte bajó su capucha y me permitió ver su rostro. Esa imagen la había visto mil veces en mi propio espejo.

Nunca en mi vida me imaginé que sería capaz de hacer esto. Caminé hasta llegar a aquel callejón con una sola idea en mi cabeza.

Esperé con paciencia que la noche se apoderara del mundo. Oculto en las sombras, con el corazón tembloroso, pero envalentonado por la ira, crucé la calle y toqué a la puerta.

El desconocido me abrió confiado, parecía un buen tipo.

─¿Qué desea, a quién busca?

Fueron sus últimas palabras. Con el cuchillo carnicero que traía oculto atravesé sin misericordia su corazón. El cuerpo sin vida se desplomó como muñeco de trapo.

Respiré profundo, sin una pizca de remordimiento. Apoyé mi espalda en la pared y me deslicé hasta quedar sentado sobre las baldosas que empezaban a teñirse de rojo.

Encendí un cigarrillo y lo fumé sin apuro, solo quería asegurarme de que el maldito estuviera muerto.

A lo lejos escuché aullidos de perros temerosos. El tiempo se había cumplido. Arrojé la colilla sobre el cadáver y vestido de muerte me aleje sin temor.

Me dirigí con paso seguro hacia el cementerio.

Me detuve a los pies de su tumba.

El sonido lejano de sirenas que parecían acercarse, no fue capaz de interrumpir la paz que sentía en ese momento.

Me arrodillé. Mis manos ensangrentadas dejaron la rosa roja sobre su lápida.

Tanto tiempo visitando su tumba sin saber que decir, y hoy después de años de injusticia al fin puedo susurrarle con lágrimas en mis ojos.

Descansa en paz.

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