Un suspiro de agonía retomó el conocimiento. Los gemidos se prolongaban con una aspiración fuerte de aire, su corazón y pulmones comenzaban a funcionar. La médica y el enfermero llevaban más de cuarenta y cinco eternos minutos reanimándolo; se miraban, y sus sonrisas llegaban a sus mejillas. La ambulancia entraba por Urgencia Pediátrica.
Treinta días después de la pérdida de la conciencia, la sensibilidad y la capacidad motora voluntaria de su cuerpo, reaccionaban recuperando la consciencia. Su madre con sollozo le susurraba al oído:
—Quique ganará la luz, ganará la luz… Lo sé.
Al instante él parpadeaba, y, volvía a cerrar los párpados.
Pasaban las milésimas, los segundos, las horas, los días, las semanas, los años… Y el equipo sanitario seguía con su profesionalidad. A Dani lo aseaban, lo peinaban, le cambiaban de posturas, lo alimentaban, lo hidrataban… A Quique sólo a veces, se le veía parpadear, quizá una leve mueca con su sonrisa, pero no siempre.
Teresa su madre, así la llamaban, siempre estaba a su lado. En el silencio de la noche siempre le leía lo que por norma ella escribía:
«No sé qué día es hoy Quique, me voy haciendo mayor, llevamos años en este edificio, para mí, parecen siglos en esta habitación. De paredes pintadas de color castaño claro y el suelo de plástico de un tono más oscuro. Esta pequeña mesita desplegable empieza a estar desgastada también, y el butacón donde ahora me encuentro sentada es más confortable que los siete anteriores. Pero tú tranquilo; mi paz, es estar a tu lado».
Dejaba las anotaciones a pie de la cama y se acercaba a él. Le susurraba al oído:
—Quique ganará la luz, ganará la luz… Lo sé.
Al instante él parpadeaba, y, volvía a cerrar los párpados.
Pasaron tres lustros, Quique ya andaba pero con dificultad, no hablaba nada, si gesticulaba y escuchaba, y, no le gustaba llorar, alguna vez lo hacía. Conmigo se comunicaba por escrito; no entendía bien su letra, me costaba, pero terminaba entendiéndole. Él me escribía:
«Dani, ¿Cuándo vamos a salir de este hospital? La última vez que te recordaba jugábamos en el parque, tú eras pequeño, yo también. Estábamos con mi madre. Ya hace tiempo que no viene a vernos, ni me lee, ni me susurra al oído…».
Quique me abrazaba con lágrimas en su rostro; yo aún encamado, todo intubado, me zarandeaba con cariño, yo un auténtico muñeco de trapo.
Al instante abrí los ojos; sólo recordaba una explosión en el parque, y sonidos inescrutables.
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