La tengo frente a mí. Puedo observarla, esa sonrisa resplandeciente, sus ojos azules y profundos, como el océano atlántico, su pelo negro y brillante y ese rostro angelical. La amo, no caben dudas. Solo un ciego podría ignorar su presencia al caminar. Puedo sentir su sabor en mis labios, dulces como la miel. La pienso de día y la sueño de noche. No hay un momento en el que no la tenga presente en mi cabeza. Recuerdo por un momento a todas las chicas que besé. Ninguna logró penetrar mi corazón como ella.

Lo sentí desde el primer momento. Todo era tan distinto, como si nuestros cuerpos se conocieran de otra vida. Una especie de conexión inexplicable, como si aquella antigua leyenda del hilo rojo fuera cierta. Como si nuestros cuerpos hubieran estado destinados a encontrarse. Aunque jamás creí en esas cosas. Todavía me pregunto qué habría sido de nosotros si alguno de los dos se hubiera decidido quedarse en su casa o por algún motivo no hubiese asistido a aquella fiesta donde nos conocimos. ¿Sería posible que hoy ninguno de los dos sepa de la existencia del otro? Solo bastaría un hecho, un minuto, unos instantes. A veces, nuestros actos pasan desapercibido, pero, no somos conscientes de que hasta el más mínimo detalle puede cambiar nuestra vida entera. Si no la hubiera besado ese día, si no hubiéramos intercambiado palabras, ¿tendríamos otra chance de conocernos? Podríamos imaginar infinidades de posibilidades, pero la realidad es solo una, y es efímera. Creo que ahí radica su belleza, en su fugacidad.

Solo un idiota podría dejarla pasar. Vuelvo a mirarla, ahí está, hermosa, infinita. Los recuerdos me invaden, tantas aventuras, tantos momentos felices, días y noches de risa y amor. A veces me considero un suertudo pues, encontré lo que muchos han buscado: el verdadero amor. Amar no es una cosa sencilla, tiene más penas de lo que parece, pero vale la pena. Vale cada instante, cada segundo. Jamás me arrepentiría de nada que tenga que ver con ella. Solo por ella soy quien soy y quien sabe quien sería en este momento de no conocerla. Me enseñó demasiado, fue una gran maestra en mi vida. No cabe duda de que la volvería a elegir, una y mil veces.

Vuelvo a dirigir mi mirada hacia ella, ahí está: inmortal, inmóvil. El anhelo se canaliza en lágrimas, que como una cascada se deslizan hacia abajo y rozan mi boca. Sabe a angustia. Cae una y mancha su foto. La extraño demasiado.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS