A quien nunca me debí parecer.

A quien nunca me debí parecer.

Pepa Sáenz

06/10/2018

Sentada en aquella silla cubierta de terciopelo, contando 35 años, dos hijos, una casa y con mi traje de gala. Esperando que canten mi nombre para presentarme.

Sentada en aquella silla me invaden los recuerdos, y escucho a mi madre llorar porque es una desgraciada y debía haber muerto cuando nació. Porque nació muerta y nunca debió vivir. Porque si no hubiera tenido hijos habría sido más feliz, más rica y hasta más guapa. Habría tenido una casa y un marido mejores, y que por nuestra culpa el suyo anda con otras compañías.

La oigo decir: “¡Tengo que vivir por ti! ¡Por ti y por tu hermano! Si no, ya estaría muerta. Habría saltado por la ventana o me habría cortado las venas. Tu hermano enfermo al que no haces caso y a quien te tocará donar tu pulmón por ser la única compatible con él. Prefieres estar con tus amigos por ahí”.

Sentada en aquella silla me traslado a cada una de las carreras hasta casa esperando llegar antes que mi hermano, o enviarle a comprar antes de entrar por si la encontraba tumbada en el suelo, con las venas cortadas o rodeada de blísters vacíos. Siempre tras una llamada: ¡Corre! Me decían, ¡Nena, no coge el teléfono. Corre a ver si ha hecho algo!

Sentada en aquella silla recuerdo beber una botella de vodka a la temprana edad de 14 años. Fumarme un porro y darle un morreo a mi novio. Partirle la cara a algún “tolay”. Mirar el reloj y maldecir la hora de volver a casa. Hace frío y sólo llevo una camiseta de manga corta debajo del abrigo porque este año no hay dinero para jerséis. Para su depresión lo que necesitaba era “ponerse tetas”, y no ir a un psicólogo. Porque ella no estaba loca. “Porque yo sé cuál es mi problema”, decía. Y mi padre prefirió el alcohol y la mala compañía al salir del trabajo y olvidar. Olvidarlo todo.

Sentada la oigo decir: ¡Eres un desastre! Despistada. Deja de comer. Si midieras 10 cms más. Si pesaras 10 kgs menos. Yo a tu edad hacía “mortales”. Era atleta, modelo…, pero me obligaron a dejarlo y a ir a la universidad.

Sentada en aquella silla escucho los gritos en la mesa, la ambulancia que se la lleva al hospital para hacerle un lavado de estómago porque le falló el valor y confesó.

Sentada en aquella silla recuerdo abandonar el hogar con 18 años.

Y cuando estoy a punto de abandonarme a mi misma escucho mi nombre seguido de una mención especial: Cruz blanca al mérito policial por su trayectoria a la Oficial de Policía Nacional….

Y acudo firme, mientras me pregunto cómo llegué a ser. Reconociendo entre la multitud a una mujer, aunque mayor, hermosa, que en la distancia observa celosa, sabiendo que no puede acercarse más. -No, ya no. Aplaudiendo alegría cuando es envidia.

Y sonrío, agradecida. Porque me enseñó a no ser… quien a nunca me debí parecer.

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