Siento que las piernas se me doblan por el cansancio, mis ojitos se cierran por el sueño; llevo dos meses con esta rutina y aún no me acostumbro, yo soy un hombre madrugador que se acuesta temprano; pero este era el único trabajo al que podía aspirar. Las tripas ya me hacen huelga y aunque no me gustan las agualetas, no puedo evitar saborearme cada vez que destapan una; emanan un olor a uva…, tamarindo…, piña… Con esta sed no me las voy a dar de exigente, con gusto me bebo la agüita.
—Gregorio, ¡descansa un rato mientras comes algo!
—Gracias doña Graciela, ya casi termino y me llevo la comida para la casa.
¡Qué ganas de haberle dicho que sí!; pero no quise mostrar debilidad, estos citadinos piensan que nosotros los campesinos trabajamos como burros. ¡Qué lo siga creyendo! (me tomó un mes conseguirme este trabajito); además, siempre que termino de comer quedo para recoger con cuchara. Me iré devorando la comida por el camino hasta mi cuchitril. Eso es lo que me gusta de este trabajo, puedo comer lo que quiera; «comida chatarra» cómo le dicen por aquí; ¡si mi vieja se entera!, le da un soponcio, y me lo advirtió: «Mijo, ¡no vaya a comer porquerías en la calle!»; pero ¡qué bien sabe! Mi favorita es la pizza… con el queso bien calientico y desparramado, así me queme la lengua; ¡¡¡qué me tapen las arterias esas grasas saturadas!!!, de cuanta cosa llevan esas vainas; ¡ah!, y la propina de don Abelardo que me guiña el ojo (debo caerle bien).
3:00a.m. Me mordió la vaca…, a esta hora ya debería estar atragantándome con papitas fritas, parece que el trabajo en la noche y estudiar en la tarde, me está pasando factura; sin embargo, le prometí a mis taitas que terminaría el bachillerato para ir a la universidad…, y ser alguien en la vida. Al menos ya no tengo esas pesadillas que no me dejaban dormir; soñaba que intentaba cruzar un puente colgante, pero el miedo no me lo permitía; dos días después de llegar a la ciudad, soñé que al fin lo cruzaba.
3:30 a.m. ¡Al fin terminé!, voy como alma en pena hasta el pirata; pero en lugar de cadenas, arrastro la mochila con mis cuadernos, que hoy pesa más que nunca… No veo la hora de acostarme en mi colchonetica, sí, no he podido comprame una camita, tengo que ahorrar para la universidad, las becas son para los pilos, ¡y yo tan bruto que soy! Doña Graciela que apenas cursó hasta octavo, siempre me está corrigiendo; me regaló un diccionario, dijo que tengo que enriquecer mi léxico (me cuesta trabajo pronunciar esa palabra, «lé-xi-co») para que no se burlen de mí en la universidad.
—Mijo, ¡despiértese, ya llegamos!
¡Jm!, me quedé dormido con la jeta abierta, y media hamburguesa (que ya está fría) en las manos.
Sigo mi camino como un zombi, recuerdo que soñé algo, sí, algo sobre… un puente…
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