EL SABOR DE LA MEMORIA

EL SABOR DE LA MEMORIA

Fran Nore

01/10/2018

Encontré la foto dentro del pequeño cofre de inscripciones árabes. En ese entonces era un hombre con una barba negra bien cuidada, cepillada y lacia. Con unas gafas blancas y rectangulares de nácar. Tomé la fotografía entre mis manos temblorosas, estaba sucia y polvorienta, detrás tenía escrito un lema: «El dinero es el aroma del deseo», firmado por una caligrafía indescriptible.

Me sorprendió que alguien hubiera guardado aquella captura dentro de un cofre sellado por tantos años, como si se guardara dentro de él un gran secreto. Ahora violado por mi curiosidad implacable. El olor del cofre en la vieja repisa llamó mi atención y no dudé en tomarlo para revisar su interior.

No había nadie en la casa desolada de sombras.

Sabor del dulce paralelo del recuerdo entre la fotografía del pasado y mi tiempo real.

Luego vino a mi mente su presencia cautivante vagando por las calles de la ciudad, comiendo porquerías en las tiendas, degustando los olores, los sabores de las cocinas de los restaurantes, su garbo de hombre democrático auspiciando los menús de su apetito, un hombre tan distinto a la verdadera cara de mi padre fallecido, distante y cautivado por otra realidad.

Pero hoy en día es muy diferente la ciudad a la fotografía que tengo entre mis manos.

Me sonreí. Imaginaba ese preciso instante de la vivencia del personaje capturado en la vieja fotografía familiar. Captaba en la imagen el inquebrantable espíritu de superación de mi padre a través de los años, su dedicación por mejorar su aspecto tanto físico como personal, su manía por mostrarse como un aburguesado, aunque no lo era, e insistía en serlo someramente. Distaba mucho esa imagen del pasado en ser una estampa verdadera de mi progenitor, pero mostraba al honorable ser que sería con el transcurrir de su vida. Una imagen tal vez jovial, espontánea, citadina.

Respiré profundamente, me sentía atacado por la remembranza esclarecedora fija en mi mente. Comprendía que había sido una existencia turbia la de mi padre ahora detenido en una simple imagen fotográfica. Le di un beso a la foto y la guardé en mi bolsillo. La llevaría desde ahora siempre conmigo. Luego coloqué el cofre vacío dentro de la estantería de cristal.

Escuché voces, parecían volver las sombras del tiempo a habitar la casa despoblada.

Me estremecí. Luego me dije a mí mismo que había regresado a mis raíces, con el propósito de auscultar mi fuero interno, hacerme un exhaustivo examen de conciencia.

Por fin, me pertenece el último recuerdo de mi padre.

Tiene la nostalgia y el recuerdo un sabor insondable.

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