Repulgando recuerdos.

Repulgando recuerdos.

Mario Papich

09/08/2020

Cuando por fin había conciliado el sueño, sentí que alguien me rozó el brazo que sostenía mi cabeza en el escritorio de pino que tantos años acompañó mi soledad. Segundos después, me abrazó y susurró al oído que mi comida preferida ya estaba en la mesa.
Di media vuelta chocando algunos libros en pila que estaban a mi costado, haciendo caer varios de ellos; cuando alcé la mirada y sorprendido noté que nadie se encontraba conmigo.
Me levanté despacio, me sostuve en mi bastón y caminé hacia el comedor. Grande fue mi sorpresa cuando un plato azul cargado de exquisitas empanadas y un botellón del mejor vino tinto riojano se hallaban dispuestos a ser degustados.
Mientras me acercaba a la mesa mi olfato llamó al recuerdo una escena campestre cuando mi madre freía en aceite bien caliente sus deliciosas empanadas. Percibí los aromas a carne con verdeo; el comino que acentuaba las aceitunas y el huevo y las infaltables burbujas que se formaban en la masa agridulce elaborada por ella misma.
No me di cuenta de la hora y el reloj comenzó a dar las campanadas estruendosas, difícil de controlar por el tamaño del mismo. Me desplomé en la silla, di un sólo golpe en el piso con mi bastón y el silencio volvió a reinar. Nada ni nadie podía interrumpir este grato momento. Nadie.
Cuando estuve dispuesto a tomar la primera de esas crujientes, deliciosas, vaporosas y calientes empanadas, alguien me susurró al oído que ya estábamos llegando y con un sacudón abrí muy grande mis ojos y me di cuenta que aquel lugar donde me encontraba realmente, era el vagón de un tren que llegaba a mi ciudad natal; y quién me susurró para despertarme, fue la compañera de mis sueños y aventuras en mi vida, Gabriela.
Lentamente nos fuimos levantando hasta salir de aquel gran gusano viajero, tomamos un taxi y llegamos a nuestro cálido hogar.
Mientras aseaba mis manos para luego estirar mis piernas, recostándome en mi cama, me dormí otra vez. Una vez más sentí una voz que decía: Gordito… tu comida preferida está servida! Vamos, arriba! Abrí mis ojos y Gabriela una vez más me mimaba, me seguía sorprendiendo con sus habilidades y con su constante paciencia.
Me dirigí a pasos lentos y cortos a la mesa, cuando una lágrima, recorrió los surcos de mi rostro que dejó el paso de los años.
Sobre la mesa: un plato azul y un botellón de vino; empanadas vaporosas y perfumadas con un toque de limón que sacuden los paladares más exigentes, y que invadieron mi alma; sintiendo en un segundo la sonrisa plena de mamá. Dos mujeres, dos madres, dos mundos y generaciones diferentes que por amor a cocinar juntaron sus recetas de amor para eternizar momentos, los mejores, los únicos, los verdaderos.
Gracias por tanto, gracias por complacer paladares, por tentar la vista y el olfato, por redescubrir los aromas clásicos y mezclarlos, y consentirlos y vivirlos. Eternas gourmets.

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