El sabor de la Navidad

El sabor de la Navidad

Jessika Abendao

09/08/2020

Lo único que entusiasmaba a Bet de las reuniones familiares era la comida. Nunca en su vida había probado manjares tan deliciosos como en aquel lugar, si bien era cierto que la carne solo la probó una vez y la acabó vomitando. 

Se sentó en la mesa en silencio, como siempre. Notaba las miradas amenazantes de los comensales pero hizo todo lo posible por sonreír y ser afable . Su tío favorito había fallecido hacía casi un año, no recordaba bien cómo, pero la noticia le había entristecido en gordo sobre todo porque no había podido despedirse. 

El olor de la comida recién hecha le devolvió de nuevo a la realidad. Todos los años era lo mismo pero Bet sentía que cada año estaba más delicioso. 

Primero llegaron las ensaladas. Era escarola con tomate de la huerta y gulas por encima. El secreto eran las hortalizas frescas y el aliño. La frescura creaba una explosión de sabores y el aliño cítrico proporciona un extra que te transporta al verano. 

Se sirvió una copa de vino y la bebió de un trago. Las miradas de desaprobación se sentían asfixiantes, más de lo normal. Se fijaban mucho en él, tal vez era solo cosa suya. Volvió a servirse otra copa y esta vez lo saboreó. El néctar se deslizó por su sistema digestivo como agua en el desierto. El sabor ácido y fuerte de la uva temprana había tapado por completo el sabor cítrico de la ensalada. Bet aspiró el aroma con un toque de madera. 

Llegaron los entrantes. Era marisco. Al olerlo, Bet no pudo evitar sonreír. La mayor parte del año vivía en Barcelona así que ese olor era tan reconfortante como el de una madre para su cría. Se relajó un poco y cogió las navajas, con ese toque arenoso característico. Luego las vieiras, con una bechamel tan cremosa y el toque perfecto de especias. Añadía una textura de natilla junto con el salado de la carne de la concha, que era salada e insípida. Se imaginó en el mar, haciendo surf y tragando un poco de agua. 

Después de la tercera copa, todo se empezó a emborronar, tenía mucho sueño. El olor potente de aquella carne penetró en sus fosas nasales como a un depredador cazando. El sueño acabó venciendo.

Cuando se despertó estaba en la cocina, sin poder moverse. Trató de gritar pero nada salía de su boca. Al cabo de un rato, escuchó unos pasos acercarse, lentos y pesados. Una mujer muy menuda le sonrió, sus dientes podridos. Se acercó a él, despacio, saboreando el momento. Bet forcejeaba intentando escapar. Un olor a sangre y entrañas emanaba de la cocinera, le producía arcadas.

La mujer alargó el cuchillo y se abalanzó contra él con un grito gutural.

Bet se despertó sudando. Estaba en su cama, en Barcelona. Suspiró aliviado.

-¿Qué ocurre?- preguntó Fausto.

– Que este año voy a la playa contigo.- le besó y sonrió. El reloj marcaba las 3 de la mañana del 24 de Diciembre.

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