No es una mentira, aunque no lo crean, es la verdad cotidiana que rige al mundo, la misma que nos ata y nos impide el vuelo alzar, como antes solíamos hacer. En medio de la angustia, en una fría y oscura noche, un enfermo triste y solitario, se encontraba, sin comprender lo que le pasaba.
El mundo olía a silencio, a cuarentena y a dolor de muerte.
Con voz agitada, muy quedo, así mismo, se dijo : – ¿ porqué tanto dolor?, ¿que me pasa?, ¿porqué no puedo respirar? no siento el olfato, el gusto tampoco. ¿ Que es esto, Dios mio?
Los eruditos en el tema, cura no encuentran, en su sabio decir, solo alcanzan a recomendar y un consejo, a todos alcanzan a dar: – cuídense, en sus casas es mejor; distanciamiento social, deben implementar; remedios caseros, no deben tomar y por si acaso enferman, con paciencia toca esperar.
Esas rutas infinitas, de nuestro existir, hace que conozcamos infinidades de olores y sabores. Por ejemplo, el olor del miedo, que nos inmoviliza el alma, atándonos, sin dejarnos avanzar; el olor de la tristeza, que vuelve el entorno, gris y poco amigable.
Los olores del deseo, son los que dan rienda suelta a los anhelos, apetencias y aspiraciones, llevando el cuerpo a saciar un gusto ansiado, llenándonos de nostalgia, cuando no lo cumplimos.
Estos olores, aunque físicos no sean, viven en nuestro interior y nos acompañan en nuestro existir.
Vivimos así, en pos de lo que nos muestra el gusto y el olfato, pero sin dejar las infulas de grandeza, haciendo una pedantería el actuar, lo que hace de la existencia, algo desconocido a los ojos ancestrales de la divina creación .
Pese a su acostumbrada grandeza, la raza humana, hoy vive en manos de un gigante invisible, que por su pequeñez, no podemos ver, el cual recorre las latitudes, causando estragos sin igual. El roba el olfato y el gusto no se escapa, es como si fuera una burla de la vida, que en los críticos momentos, ni respirar deja.
Deseoso de vivir, pero sin olores, ni sabores que alegren su ser, de su interior profundo, emerge el deseo de curarse de ese mal y recurre a la sabiduría naturista. Con esperanza de vida, junta finas hierbas y especias, tales como eucalipto, manzanilla, canela, clavos de olor, te, apio, orégano, miel de abeja, que a cocer deja, hasta que la natural infusión de olores maravillosos, la estancia llena, para que su poder curativo, junto a aantibióticos, aspirinas, desinflamantes, expectorantes y laxantes, la vida puedan devolver.
Logrado el milagro, el alivio llega al moribundo, el gusto y el olfato vuelven a aparecer, y el enfermo ya recuperado, con jubilo logra decir: – ¡ hoy, el sabor de la vida descubrí y su olor, pude percibir!
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