Aceite, herrumbre y maíz.

Aceite, herrumbre y maíz.

Susan

03/08/2020

Tenía cinco años y medio cuando mis memorias volaron con el viento  que anunciaba la entrada al invierno, necesité solo media década para olvidar lo poco que amaba y todo lo maravilloso de ella. Su cabello largo, casi blanco por completo y trenzado, unas suaves manos llenas de arrugas y pequeñas manchitas cafés, pero era ese maíz recién molido, el que se le impregnaba hasta en el sudor de su frente, el que me hacía recordarle. 

A mi mente venían siempre los abrazos más tiernos y cálidos que nunca había recibido, me estrujaba por fuera, luego un beso en la mejilla que dejaba marcado un color rosa intenso. 

Un día de marzo mis padres recibieron la noticia con tranquilidad, había permanecido varios meses en cama, y solo esperaban que en algún momento llegara la llamada que informaría que mi bisabuela había partido para descansar en el regazo del altísimo Dios en el que ellos creían.
De ese día, mi mente recuerda únicamente la figura de tres hombres sosteniendo una pesada caja, de pronto el olor a ataúd de madera ya vieja me penetraba bruscamente, en primera fila, veía a mi señora dejar este pequeño espacio y convertirse en parte de la tierra que tanto había trabajado, y que formaba parte de su cuerpo desde hace muchos años.

Cuando le pienso ahora, solo puedo recordar el olor de su último día en este pedazo de tierra, se esfumaron los recuerdos que contenían sus besos, su tierna mirada y su olor a maíz molido con sus propias manos.
 

Pero con el pasar de los años he aprendido que los aromas suelen impregnarse más en la memoria, aún más que una imagen. Años después, uno de mis favoritos era el de aceite viejo y el olor a herrumbre que formaba parte de la máquina de coser que mi bisabuela le heredó a mi abuela, que para mi era mas un legado de recuerdos.
 

Me sentaba en el suelo a verla coser por horas, le bajaban de la frente diminutas gotitas, su pelo era rojizo como la tierra, y tenía unas pecas en la nariz iguales a las mías, cuando eso pasaba podía olvidar el olor a funeral y traer a mi mente el aroma suyo que tanto me gustaba. Mi abuela pasaba horas hablándome sobre ella, recordando cuando tuvo su último hijo, el número trece, las penas por las que pasó al enterrar a varios de ellos, y la paz con la que inhalo los últimos restos de aire para llenar sus pulmones débiles y deteriorados por una cruel enfermedad que le arrebató los años que pudo haber vivido aún.
 

Cuando no le tenga más, espero que el aceite, el herrumbre y el maíz, sean mis recuerdos más preciados, que a mi mente no se le ocurra borrarlos jamás, porque han vivido aquí dentro ocupando un pequeño espacio, el más importante de todos…

Imagen tomada el 17 de junio, 2020. Mi abuelita Rosa, en la máquina de coser. 

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