Olor a infancia

Olor a infancia

Roxana Roberth

03/08/2020

Hablando de olores y sabores, vinieron a mi mente los recuerdos, de la infancia arraigada en todos mis sentidos. Mis amigos seguían con su animada charla, hasta que uno dijo una palabra llena de magia, mientras destapaba una olla que con su aroma, me transportó al largo pasillo que me llevaba a la cocina de mi abuela.

Paso tras paso, mis oídos escuchaban una voz que venía desde lejos, era suave y atrayente. Entonando canciones españolas; pasando de la Dolores a Granada en un abrir y cerrar de ojos, acompañadas por los sonidos de cubiertos y cacerolas. Entonces era sabido, que estaba cocinando las delicias a las que nos tenía acostumbrados. Con recetas milenarias escondidas en el corazón y en los ojos de mi abuela, ya que si alguien se las pedía, decía que las hacía a ojo y con mucho amor.

Se sentían desde el olfato, con ese olorcito a pulpo o tarta a la gallega, sopa de nabiza, canelones de verdura y ricota, bacalao con garbanzos y papas con pimentón dulce, y tantas otras comidas apetitosas, que perfumaban hasta las flores del jardín.

¡Qué lindo era ir a visitar a mis abuelos!

Entrar a la cocina era como estar en un santuario de colores, olores y sabores. Encandilaban y asombraban mis ojitos entusiasmados, que no dejaban de observar.

Mis manos se posaban en los utensilios, majestuosos y refinados. Mucho vidrio y porcelana protegían celosamente los ingredientes elegidos, por mi abuela, con esmero y dedicación, para que nosotros podamos degustar y adorar sus exquisiteces. Aprovechando la concentración de la eximia cocinera, iba probando pedacitos de manjares que se deshacían en mi boca.

El olorcito a esencia de vainilla y canela delataba, el bizcochuelo de naranja, los churros, las medialunas o buñuelitos, que sólo ella, sabía hacer. Ya más calmadas mis ansias, abría la reluciente heladera que cobijaba el flan casero, budín de pan, arroz con leche, torta de ricota o sémola con pasas de uva. ¡Ah!, la blanca crema y el elixir supremo; “el dulce de leche”, que solía preparar.

Toda esa mezcla de fragancias hacía parecer, que la cocina, era un centro de esencias exclusivas. A veces jugaba a cerrar los ojos y desde el patio me llamaban y guiaban, con sus aromas, los sublimes ingredientes. Todo tenía un olor y sabor, especial.

Los cinco sentidos participaban, uniéndose para identificar cada espacio. En el fondo de la casa había una pequeña huerta, colmada de hortalizas, plantas aromáticas, otros vegetales y árboles frutales, sembrados y cosechados por ella misma, para dar ese delicioso toque a sus recetas. ¡El perfume de la albahaca era inconfundible!

Mientras seguía extasiada saboreando las delicias de mi niñez, escuché una voz que me decía si el café lo quería con azúcar, edulcorante o amargo. Era la voz de uno de mis amigos que rápidamente me volvió a la realidad.

Confundida. Respondí.

-Con azúcar, gracias.

Y quedé esperando, otra palabra y aroma mágicos, que me transportaran nuevamente, a los olores y sabores de la infancia.

Roxana

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS