Han pasado tres años desde su partida y me encuentro aquí sentada frente a la mesa para disfrutar del segundo plato de la cena, el camarero lo ha colocado  frente a mí y al sentir el aroma de la carne picada, automáticamente viene a mí el recuerdo de ese martes cuando caminaba por el barrio Panamericano, me sentía tan triste, mi relación con Nano había terminado, después de cinco años de noviazgo él había decidido ser infiel. No podía soportarlo y a pesar de quererlo tanto, decidí no seguir el consejo de mi papá de perdonarlo. Sin embargo, el destino había preparado algo más para mí aquel día.

Mientras caminaba todos los recuerdos pasaban por mi cabeza, una voz irrumpió en mi pensamiento: -Ay, mi papá- exclamó mi propia voz. En ese mismo instante un niño que caminaba por allí me tocó el brazo y me dijo: – A su papá lo mataron.

Yo no logré tramitar esa información, estaba realmente triste por Nano, seguí caminando y luego dos calles más adelante al levantar la mirada Nano estaba allí, con el rostro lleno de lágrimas y sus brazos se abrieron ante mí, no entendí qué pasaba, fue solo al ver a mi mamá quien corría a mi encuentro, con los brazos abiertos, los pies descalzos. Su voz era agonizante debido al exceso de llanto, solo pronunciaba cuatro palabras: -Tu papá, tu papá.

Ahí, en ese instante comprendí las palabras del pequeño niño, los brazos abiertos de Nano y su silencio. Tomada de la mano de mí mamá me acerqué a la casa donde estaban sentados en la acera cuatro de mis hermanos, reconocí la manta por sus pequeñas vacas que me divertían y parecían hermosas pero que ahora eran aterradoras, era la manta que tantas noches atrás cubrió mi cama.

Después de liberarme de las manos que pretendían impedir que destapara su rostro allí estaba mi papá, su cuerpo sin vida ya no me regalaría más sonrisas como la de esa mañana cuando le dije que deseaba ser como él, tener su corazón.

Tomé su cuerpo y lo levanté, llevando su dorso hacia el mío para darle un último abrazo, la sangre acumulada en su cabeza comenzó  a liberarse por los dos agujeros que habían dejado las balas, ese olor me recordó el de la carne picada mientras se sazona en una cacerola y la cual hasta el día de hoy no he sido capaz de comer.

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