OLOR A PUEBLO CASTELLANO

OLOR A PUEBLO CASTELLANO

OLOR A PUEBLO CASTELLANO

Mis 5 sentidos se me manifestaban cuando me iba de niño de vacaciones a Santa Olalla (Toledo), un pueblo castellano sin rio.

Nada más bajarme de la Sepulvedana, todos mis sentidos de abrían, y más cuando hacían cocido en puchero de barro que era casi todos los días, para tomarlo la familia y llevarlo a los jornaleros al campo, hecho a fuego lento de paja, mis ojos se abrían viendo como gorgoteaba el guiso, y mis papilas gustativas me hacían salivar, antes de terminar de cocer, mi tía siempre sacaba una tacita que yo tomaba con placer, mientras mi pituitaria me trasmitía el olor al cerebro; como complemento un buen gazpacho acompañaba al cocido, el ruido del mortero al majar los años, los cominos y el pan tostado, sonaba en mis oídos como si fuese la mejor sinfonía de Mozart, una delicia, vamos. Por la tarde, la huerta, cogiendo tomates y pepinos, que tras nuestro baño en la alberca, que abría todos los poros de nuestro cuerpo, degustábamos a la sombra de una frondosa higuera, cuyo fruto maduro nos caía encima invitándonos a comer, primero las brevas y luego los higos, de postre, antes de ingerirlos notábamos que nuestro tacto disfrutaba con su contacto, una verdadera delicia. Como niños de pos guerra que éramos, siempre teníamos hambre, y nuestras madres nos llevaban la merienda como complemento de los productos hortícolas, unos días merendábamos una onza de chocolate metida en un trozo de pan, recién horneado ese mismo día, otras una sardina arenque con su correspondiente pan, hacían nuestras delicias y los días de fiesta una loncha de jamón bien curado procedente de la matanza anual del cerdo que correteaba todo el año por el corral, pero todo no causaban buenas sensaciones a nuestros sentidos, el retrete no existía, estoy hablando de los años 40 y 50, y más en un pueblo castellano sin río, las aguas mayores y menores teníamos que hacerlas en el corral, con el consiguiente peligro de que el gallo y sus gallinas nos picotearan, pero era lo que había y teníamos que hablar con ello.

Cerca de la casa donde vivía, estaba la panadería, donde no solo horneaban pan, sino que la mayoría del pueblo llevaba sus guisos a que los asara el panadero en su horno, horas, me pasaba en el recinto, disfrutaba de los aromas de todo tipo de productos, los que más me gustaban eran los olores de pimientos asados y los de cochinillos y corderos, sin dejar de mencionar a los dulces de todo tipo que se elaboraban, rosquillas, magdalenas , pan de leche y demás, de los que siempre nos tocaba algo a los niños que ayudábamos en el obrador, pasábamos calor, pero merecía la pena y además nos librábamos de la dichosa siesta en nuestras casas y nos sentíamos útiles y libres como los pájaros que entraban por las ventanas y se llevaban los restos que caían en el suelo, una verdadera delicia.

Manuel Beltrán Moretón.

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