– ¿Sabes que no soy capaz de recordar su nombre?-dije pensativa.

– ¿No?, Yo si, -dijo mi hermano-, se llamaba…¿Vicenta?. ¡Ostras! ¿En serio no me acuerdo? 

– ¿Ves?-dije riendo-. Llevo días pensando en ella y no consigo recordar su nombre. Pero aún recuerdo el día que entramos a su casa y estaba todo impregnado de ese olor…algo había cocinado que en casa de mamá no habíamos olido nunca. Era como entrar en una olla empapada de vapor e inmediatamente se me frunció la nariz, no era un aroma especialmente agradable. ¿Qué nos esperaba para comer? -le pregunté a modo de adivinanza.

– ¡Uff! ¡Ya me acuerdo! Te refieres a esa mezcla entre olor a tierra mojada y el de la casa de la abuela que hacía años no veíamos….a mí no me gustó. -dijo resignado.

– ¿En serio? Estaban super tiernas, con el primer bocado iba mi cara de asco. Pero según iba masticando la mezcla de sabor en mi paladar me sorprendió. Nunca habíamos comido este manjar, mamá no tenía tiempo para hacer comida «elaborada», pero ella… -no supe cómo terminar la frase -. Para ella éramos su motivación: prepararnos la comida cada día y esperar que llegáramos del instituto. 

– También iba su hija a comer. -quiso quitarle importancia.

– Sí, ya…, ¡aquella que cada dos meses se la liaba con el dinero y las drogas! ¡Menuda motivación! Pobre mujer… -bajé la cabeza indignada.

– Sí, no merecía esos sustos que le daba su hija. ¿Te acuerdas cuando mamá la dejó dormir en casa y al volver después del instituto, estaba la casa llena de «notitas» pidiendo perdón en cada sitio de donde había cogido dinero? -Me inquirió a recordar otro episodio.

– Sí…-dije cabizbaja-. Que sensación de vacío cuando llegué a mi habitación y vi que en mi joyero ya no estaban las 15.000 pesetas para los libros que me dió mamá el día de antes. Registró cada rincón de la casa. Me di la vuelta viendo mi dormitorio y me resultó tan desagradable pensar que lo había tocado TODO que bajé llorando con la nota en la mano para enseñársela a mamá. -Recordé muy triste ese momento-. Papá ya estaba reprochándole a mamá el haberla dejado en casa sola toda la mañana….

– ¿Sabes si le devolvió el dinero a mamá? -sonó un tono más severo.

– Lo dudo, lo cogería a cuenta de las comidas que nos hacía su madre… -Fui sarcástica.

– ¿Has vuelto a comer coles con bechamel gratinadas? -Quiso cambiarme el ánimo con tono alegre.

– En el comedor del trabajo sí, pero nada que ver con aquellas que cada cucharada se deshacía en la boca. ¡Qué bien las cocinaba esa mujer! -dije con aquel cariño que me acercaba a ella.

– ¿Y tú? ¿Por qué no pruebas a hacerlas en casa? -dijo esbozando una sonrisa.

– ¿Yo? No, no tengo tiempo para preparar comidas así. – Quise excusarme.

– ¡Eso decía mamá! -Rió a carcajadas, y yo le seguí.

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