Recuerdos en rotonda

Recuerdos en rotonda

Arcadio

25/07/2020

Después de la cena nos sirvieron vino. Yo estaba conversando airadamente, inclinando el cuerpo hacia adelante y moviendo los brazos de forma exagerada. La copa, aún llena del vino sin probar, estaba peligrosamente cerca de mi codo derecho. La bebida se derramó en el mantel, y en mi afán por limpiar el desastre que había provocado, manché también los puños de las mangas de mi camisa. Estando solo en el baño, y siguiendo mi costumbre de olfatearlo todo, hice lo propio con las manchas de vino de mi camisa. Malbec, marca «Dada», Finca las Moras. No es que mis limitados conocimientos sobre vinos de repente se hubiesen enriquecido; lo supe porque era el mismo vino que, años atrás, bebí con D, en un día memorable de convivencia rutinaria.

Suelen quedar en nuestra memoria recuerdos de eventos en apariencia insulsos, pero que con el tiempo van dejando huella indeleble en nuestros espíritus, este era uno de esos. Era sábado, habíamos cocinado juntos, la película que estábamos viendo ya había finalizado, y también estaba por terminarse la botella de “Dada” (su vino favorito) que habíamos abierto en mitad de la cinta. La conversación era deliciosa, estábamos más cerca que de costumbre. Entonces, alguno de los dos – no sé si fue ella o si fui yo – propuso jugar a imitar a un catador de vinos, pero con una variante: con su copa, ella haría los movimientos de las manos (propios de un catador que huele y prueba un vino) pero yo sería el que probaría y olería el contenido de la copa que ella manipulaba. Yo haría lo mismo con mi copa, ¡todo a un mismo tiempo, y con los brazos entrelazados! El desastre previsible se consumó, y el vino se derramó en el sofá mientras nos ahogábamos en risotadas. No dejé pasar la oportunidad para seguir olfateando el vino, esta vez el derramado en el mueble. Y con este nuevo olfatear del vino (más concienzudo, por no estar pensando ya en el beso que me moría de ganas por darle a ella, y estando a solas, pues ella había ido al baño a limpiarse unas gotas de vino que habían caído sobre su pantalón blanco) sobrevino el recuerdo: Yo, sentado en la mesa de la casa de mi acaudalado jefe; sus sirvientes, remplazando los platos vacíos por copas excesivamente llenas de vino. Yo, sosteniendo una conversación acalorada con compañeros de trabajo que conocía poco, a cerca de la conveniencia de la inflación en la reducción de la desigualdad. Yo, derramando el vino de la copa encima del mantel blanco. Yo, apenado, retirándome al baño a limpiarme las manchas de vino de los puños de mi camisa. Yo, en el baño, olfateando el vino de las mangas, y recordando aquella noche de sábado cuando D y yo jugamos a los catadores de vinos.

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