Llamábamos la calle del hambre, a la recta llena de las furgonetas a la que íbamos tarde en la noche, de madrugada al salir de las fiestas, o regresando de la playa, un poco menos sanos de lo deberíamos algunos y otros simplemente para evitar tener que preparar comida en casa .
Servilletas y vasos de plástico en el piso, pitillos y humo de fritangas en una especie de pabellón internacional donde se vendían por montones, perros calientes y hamburguesas, pizzas, pepitos cubanos, cualquier salsa que puedas imaginar, comida vegana, lumpias, arroz chino y otras invenciones asiáticas, arepas, tacos, tabule, humus y todo con su camuflaje local para adaptarse al gusto de los comensales.
Este carnaval de comida, se dibujaba también en la gente, este punto reunía a todos los que fiestean en un baile de colores, razas, pintas y tribus, cumpliendo con el ritual de matar el hambre y de paso aliviar la borrachera antes de retornar a casa, una danza irreverente que le gritaba al día que comienza, que la vida podía haber terminado ayer, una fiesta barata, un rato sencillo, un momento sin precio.
En la calle del hambre se juntaban los olores de la comida, como mismo los de la gente, todo fluía en un orden caótico , las faldas cortas con los vestidos largos, un frac alquilado de alguien salido de una boda, con otro de blue jeanes rotos o chores, peinados de peluquería y cabellos enredados con sal y arena, las cervezas y el agua de coco y la música a todo volumen, que cambiaba melodía, con solo dar unos pasos, salsa, rock, merengue, rap…
Jorge y Ana en su 4X4 en un descuido golpearon una moto, después un sin sentido, gritos, golpes, y una multitud enardecida gritando mátalo , mátalo, la mirada de Jorge llena de adrenalina, Alvaro levantándose del suelo y de pronto una bala atraviesa su pecho. Nita se abalanzó sobre él, hecha un mar de lágrimas, gritaba le has matado, mientras ese anónimo heterogéneo que lo había hecho desaparecía del lugar.
Cereza, no se percató de lo sucedido, sostenía un taco de pollo absorta en sus pensamientos, recordando los besos de su amiga, pero también el pago atrasado en la habitación que renta, luego vino el robo de la cartera y el celular, finalmente llegó a «su casa», la casera le recordó que si no le pagaba a tiempo la echaría, quería llorar y hablar con alguien pero estaba sola, agobiada, triste. Fue esa vez la última que una lágrima suya toco el suelo, su cuerpo se balanceaba colgando de un cinturón alrededor del cuello.
Miguel y Carlos compartían unos pinchos y patatas, se iban del país, no soportaban el rechazo de la familia, Miguel le había dejado una carta a su padres, Carlos le recriminó, libras una inútil batalla, terminaron de comer y siguieron camino al aeropuerto.
Mañana la calle del hambre, sin Alvaro, Cereza, Miguel y Carlos se llenará de nuevas historias, tantas como platos de comida sirven , bodas y rompimientos, amores con despechos, amistades que nacen y rabias que incendian, conversaciones banales y disertaciones de borrachos o alguien que sin saberlo, vive su ultima noche.
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