Lentejas, ricas en …Congruencia

Lentejas, ricas en …Congruencia

Jesús

21/07/2020

Me levanto animado. Casi siempre lo hago, aunque según va pasando el día mis ánimos se suelen desmoronar, hoy no tiene porqué ocurrir. El sol luce glorioso por el rectángulo de mi ventana y su luz agasaja mis sentidos. Además tengo cita con mi nuevo psiquiatra y después iré a comer mi plato favorito. Ya me las estoy imaginando. La evocación de su sabor envuelve mi cordura igual que la esencia del café despierta a la mañana.

Desayuno, me tomo la pastilla y salgo de casa. Mis ilusiones pronto se frustran. Los coches circulan marcha atrás ¿No deberían marchar hacia adelante?

Estoy de pie en un semáforo, esperando a que cambie de color para poder cruzar. Una señora con un carrito de bebé se para a mi lado, me sonríe y le devuelvo una sonrisa forzada. Me agacho para ver el bebé, esas cosas siempre calman, pero en vez de un bebé lleva una hogaza de pan. Me tomo la pastilla de emergencia que me ha recetado el psiquiatra, vuelvo a mirar, pero la hogaza sigue ahí.

La señora me observa escrutando la extrañeza de mi expresión. No sé qué hacer. Abro la boca buscando algo que decir. Balbuceo y finalmente digo:

—¿Y cuánto tiempo tiene el niño, señora?

—No es un niño —responde ella, un tanto molesta.

Respiro aliviado por su respuesta, aunque algo preocupado. Pero añade:

—Es una niña.

Yo, me callo, miro al frente y me tomo otra pastilla.

La mañana comienza a tornarse nublada.

El semáforo se pone azul y la señora del carrito y los demás transeúntes pasan al otro lado de la calzada, me dejo llevar y cruzo yo también. «Será que hoy se cruza en azul» —pienso—, debe ser así porque todos los coches han parado. No quiero ni saber el color que ha obligado a parar a los vehículos. Mi psiquiatra dice que no ahonde cuando detecto incongruencias.

Se lo cuento todo y me extiende otra receta duplicando la dosis de mi tratamiento. Me voy un tanto desmoralizado. Creo que voy a cambiar de psiquiatra, otra vez.

En la calle, el cielo se ha vuelto oscuro, casi negro, amenaza tormenta. Y la humedad huele a tinieblas.

Hoy las necesito más que nunca, y ya casi es la hora de comer. Enfilo el camino que lleva a la taberna de «El Cholo». Qué mano tiene, dice que su abuela le contó el secreto de la receta en sus últimos suspiros de vida. Acelero el paso.

—Pónmelas con morcilla, Cholo.

Mis labios reciben la primera cucharada. Y cantos de sirena regurgitan el ancla de mis tinieblas, dejándome libre.

Sigo comiendo. Y mis sentidos zarpan en el velero de la razón, hacia el puerto de la luz.

Con la última cucharada, suelto anclas en el puerto de mi destino, amarro mi nave. Y la luz del sol brilla, penetra las ventanas y se derrama por todo el comedor.

Y yo, sonrío.

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