Los caminos de la vida son los senderos del alma.
El aroma de un café recién tostado, solo se compara con el petricor de una mañana de verano.
Una lágrima se aferra a mi pupila, pretendiendo anidar en mi mirada. Pero es tarde ya, la suerte está echada y el destino signado.
Un manjar sobre la mesa estimula mis sentidos, sin importar mi escasa condición humana. El reloj cucú que antaño anunciaba su llegada, hoy se queda mudo, su pájaro ya no canta.
Yo, fiel a mi jornada, espero, sigiloso, el reencuentro con mi amada.
Ocupo mi lugar en mi silla asignada esa noche que precede una natividad anunciada. Y estando no me encuentro, y me pierdo en las miradas.
El aroma a fuego viejo refresca mi memoria, sin entender que el pavo es la vianda más esperada. Pero no logro asimilarlo. Relaciono aquel aroma con la silla junto a la mía, ahora vacía por vez primera en esta temporada.
Convivo y me encuentro ausente; entre charlas y relatos no logro entender nada. El tiempo sigue su racha, y su ausencia me mata. Un tinto me delata y se me escapa una sonrisa. Entonces la veo en el reflejo de mi copa, bella, sencilla, fresca, igual que cada mañana. Sin embargo, su nombre retumba en mi cabeza y se me escapa en la alborada. No recuerdo ya quién era ni cómo se llamaba, solo conservo su aroma, su esencia de mujer, el suave tacto de su piel apiñonada.
Es hora del postre, de la tarta, polvorones, buñuelos y ponche. Los llevo a mi boca y mis labios reconocen en ellos algo que me embelesa y al mismo tiempo me atrapa. Logro identificarlo y son como sus labios de mujer enamorada. Cierro los ojos y la siento, pero no logro ver nada. He olvidado sus facciones, su cara, su cabello, su inocente mirada. La conservo aún en mi mente sin estar ya a un cuerpo anclada. Su espíritu vuela ahora libre y escapa por la ventana. Me acerco al alféizar y la busco en una estrella lejana.
El cucú por fin se alista y su pájaro por fin canta, pero su canto más que albricias, solo tristeza presagia.
“Es hora del brindis” anuncia una voz gallarda. Levanto mi copa sin entender el motivo, ni comprender lo que pasa. El tiempo me sobrepasa y percibo olor a castañas que me recuerda su aliento, cuando en mi hombro su rubia cabellera posaba. Solo sé que esto que llaman Alzheimer me aleja de la realidad, me aisla, pero no logra borrar su imagen, y cada aroma percibido, me recuerda que aún tengo esperanza.
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