Poción perfecta

Poción perfecta

Rober Ta

15/07/2020

–¡Aj, pero qué peste, abuela, qué peste!
 

–Lucrecia –entre risas tiernas respiró la vieja del pueblo– . Esto es nada más que las hojitas de albahaca. 

–¿Y cómo se las puede comer la gente? ¡Qué asqueroso es esto!
 

–Ya verás, mi niña, pronto ya verás. Son mágicas. Son muy mágicas.
 

–¿Haremos magia otra vez? –se interesó Lucrecia con mucha curiosidad por el mero hecho de que la palabra magia sí que era más deliciosa y aromática que la apestosa albahaca, y aunque normalmente es para espantar las moscas, esta vez es para la cocina

Las dos figuras dibujaron un pequeño camino hasta una caseta algo vieja y torpe, envuelta entre unos arbustos verdes con una pequeña puerta de madera a la que hicieron crujir nada más abrirla. Las mujercitas entraron con sus cestas, una grande y otra pequeña (representando su edad), y se pusieron a seguir trabajando en la cocina. La abuela preparó el caldero pequeño, echó agua a hervir y dejó a la niña meter las hojas de albahaca a las pompas de agua ardientes. Mientras Lucrecia removía con un cucharón de madera toda aquella magia, abuela añadió una tal extraña cosa de cardamomo, leche y, como no, su favorito ingrediente, el azúcar. Seguían removiendo y dejando la cocina en unos aromas extraños pero cada vez más agradables hasta que por fin una asombrosa bebida apareció en unos botes pequeñitos.
 

–No olvides, Lucrecia, esto es magia de verdad. Esto ayudará a los enfermos.
 

–Es una maravilla, señora –dijo un hombre mayor–.  Esto sirve mejor que el paracetamol. Estoy como nuevo y la fiebre bajó enseguida. ¿Dónde aprendió a hacer esa bebida extraña? Huele tan bien y es demasiado rica para ser un medicamento.
 

La humilde sonrisa marcó unas pequeñas arrugas en la frente de Lucrecia. Unos recuerdos sobre la vieja de pueblo, su abuela, parpadearon de repente, y con un gesto placentero dio vuelta hacia la salida. 

–Cuide del gato, señor Paco, ese será el mejor agradecimiento para mí que las palabras. Y lo sabe usted mejor que nadie.
 

Un suave portazo dejó a Paco sin que pueda entender muy bien lo del gato y decir adiós a su mejor doctora.
 

–¿Se ha ido esa bruja ya? Insoportable vieja del pueblo igual que su abuela. ¿Trajo lo que habías pedido? Venga dame la cuchara, Paco. Estoy que me muero. A ver si me envenena.
 

–Estefanía, no seas grosera –respondió Paco a su mujer.
 

–¿Dónde vas?
 

–Por la cuchara –respondió Paco. Y por el gato, como dijo la bruja, pensó el viejo hombre.  

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