Nunca se lo conté, pero cuando mi madre me mandaba a hacer la compra, me frotaba las yemas anhelando que añadiera huevos a la lista.
No había en el mundo —en mi mundo— nadie con la precisión y el aplomo de la huevera: preguntaba que si blancos o morenos y en seguida agarraba los huevos a puñados, como si fueran pedruscos irrompibles, y los distribuía por el cartón con el tesón a flor de piel y la delicadeza de una mariposa. Lo hacía rigurosa, ágilmente; rauda, amante de sus cualidades.
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No lo sabes, pero pasaste años arrullándome los entresijos.
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Ya inmersa en la treintena, me sumergía en un cuadro de Rothko y la huevera se paseó por mi mente con desparpajo, sabiéndose merecedora de romper la cáscara de aquella paz: me susurró que nunca olvidara que mi capacidad de meditar a mis anchas por el expresionismo abstracto se la debía a sus embelesadoras enseñanzas de gallus gallus domesticus.
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apapachar
[del náhuatl]
~Acariciar el alma~
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