El taxi se detuvo frente a la casa. En mi básico francés le agradecí al hombre que me ayudara a bajar la maleta que pesaba como si en ella cargara cemento. Me quité los zapatos y abrí la persiana del ventanal, al mover el fino voile descubro el bonito jardín con rosales y lavanda de la casa de al lado.
A la mañana siguiente me desperté muy pronto, decidí salir para hacer algunas compras y buscar un café donde desayunar, pero la vida nos da sorpresas… Un hombre joven sale de la casa vecina, la del jardín bonito. Me distraje curiosa y las llaves se quedaron dentro, ¡Y yo afuera!
─¡Bonjour mademoiselle!
─¡Bonjour!
Olvidé todas las frases aprendidas para casos de emergencia como este. Inspiré hondo y me animé a comentar el incidente de las llaves. Se percató de inmediato de mi acento y en su español afrancesado comentó que viajaba a menudo a Madrid y a Barcelona por trabajo.
─Espera, buscaré unas herramientas, no te asustes, se me da bien abrir puertas. Dijo sonriendo.
Había instalado mi escritorio frente al ventanal, esto me permitía «vigilar» a Daniel, mi vecino. A mediodía el salón se impregnaba de deliciosos aromas que venían de su cocina, a este punto quedaba casi confirmado que vivía solo y además sabía cocinar. Nos veíamos a menudo, al salir, en el jardín, en la calle, en las tiendas.
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Me ha invitado a su casa a tomar café. Estoy inquieta, he cambiado tres veces de vestido. Al llegar, la puerta está entreabierta.
─Pasa Isabel, estoy aquí en la cocina. ¡Avant!
─¡Hola! ¡Qué bien huele!
Un dulzor invade toda la casa, sabe a vainilla y a caramelo. Sobre la encimera hay una deliciosa tarta de frutas.
─¿Isabel, te gustan las uvas?–Pregunta.
─Sí, sí, me encantan.
─Es una receta muy antigua de una tarta de uvas que heredé de mi abuela.
Adoro verlo trajinar en la pequeña cocina rodeado de trastos, lleva un delantal negro atado en la cintura. Me encanta su casa, tiene estantes con muchos libros y un viejo piano. Me ofrezco a poner la mesa, mientras nos quejamos de los gobiernos, del tiempo, hablamos de la última película que vimos, nos reímos. Al servir el café me roza el cabello, me siento algo cohibida. Nos sentamos y degustamos la tarta, la crema suave se funde en la boca con la frescura de las uvas. He ignorado el reloj, la noche llega con su manto azul. Nos despedimos y acordamos el fin de semana recorrer los viñedos. En esta época los racimos están a rebosar de uvas doradas y negras en su sazón.
«A su tiempo maduran las uvas… Esperaré como ellas que el sol me bese..»
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