Era febrero de 1969, recién llegábamos de pasar un mes de luna de miel en el mar. Después de cinco años de noviazgo sin convivencia, como era antes, llegamos a nuestra casa. Era un pequeño departamento, pero para nosotros era un palacio. Eduardo empezó a trabajar después de la licencia matrimonial, y yo me encontré de golpe con todas las responsabilidades de una mujer casada de veinticinco años. Acomodé todo y ni me acordé de comprar alimentos para la cena.
Mi flamante esposo llegó a las cuatro de la tarde. Tomamos mate y cuando nos dimos cuenta era de noche. Fuimos a la carnicería y estaba cerrada, sólo la verdulería de don Jaime tenía la luz encendida. La puerta estaba cerrada. Le pedimos por favor que nos vendiera algo y nos dio lo único que le quedaba fresco ya que debía ir al mercado a la madrugada por mercadería nueva. Un kilo de patatas, media docena de huevos y una plantita de cebolla de verdeo.
Riendo por esta hazaña, decidimos cocinar juntos. Pelamos las patatas y las cortamos en pequeños cuadraditos, cortamos también la cebolla y todo a la sartén nueva. Sal, pimienta y Pimentón ,(ya que los especieros nos los habían regalado), fuego mínimo y una tacita de aceite ( que nos había prestado doña María; porque antes la gente era muy solidaria, y más con una parejita de recién casados), empezó a tomar forma nuestra comida. Le dimos el tiempo necesario para que se cocinara todo bien, y comenzamos a batir los seis huevos. Tiramos la mezcla de la sartén en el bol con los huevos batidos, revolvimos un poco, y de nuevo todo a la sartén. El olor era irresistible, delicioso.
Yo puse la mesa con un sencillo mantel blanco al igual que las servilletas, busqué los platos de porcelana blanca, y dos copas de cristal tallada. Puse unas rosas rosas que saqué del pequeño jardín para darle un toque muy romántico. Era demasiado lujo para una simple tortilla pero era nuestra primera cena solos en casa y tenía que ser especial. Busqué el vino que nos habían regalado, y encendí una vela. Mi marido puso el disco de Paul Anka en el Winco, mientras yo sacaba la comida del fuego para servirla en un precioso plato grande que hacía juego con el resto de la vajilla.
Llevé el manjar a la romántica mesa, mientras mi esposo me corría la silla en un gesto muy caballeroso. Brindamos por nuestro amor y luego probamos nuestra tortilla: estaba exquisita, creo que por tanto amor con la que fue hecha. Disfrutamos cada bocado caliente y sabroso, mezclado con el aromático vino blanco. Al terminar, me retiró la silla y nos pusimos a bailar nuestro tema «Apoya tu cabeza en mi hombro»,la versión en español, muy juntos y abrazados. Fue la mejor cena que pudimos tener, y llamamos a esa receta «La tortilla del amor».
Aún hoy después de cincuenta y dos años de casados la seguimos preparando, no sólo para nosotros, sino también para nuestros queridos nietos.-
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