Hay que ensamblar todo, unir para que sea lo que es. ¿Qué somos? Hace meses dejé que me invadiera la esperanza, confié en la bonanza de sus palabras y la emoción contenida de mis sueños. A la manteca le agrego azúcar, mezclo (los cristales deben fundirse).

-¡Sí! vamos a poner una boutique…por eso debo viajar a Bolivia. (…)¡Ya sé que la última vez me fui por dos meses! Hay que conocer el lugar donde vamos a invertir, además estaba estrechando lazos con personas importantes. Nuestro capital son los contactos.-

A esa consistencia arenosa-situación improbable, carente de sentido- la corto con huevos; de a uno voy agregando y batiendo para disolverlos-así como mi esperanza, disuelta- luego agrego harina y mezclo (los grumos deben desaparecer). Literal. Desapareció por dos meses, ni una llamada ¡ESTÚPIDA! Debería haberme dado cuenta, si le importáramos algo (mínimo) nos hubiera llamado cada día, pero no, no, no, no. Sigo mezclando con el batidor. Sigo creyendo en él. Sigo mezclando. No puedo creer en él- Fuerte, muy fuerte- es el dolor, la decepción- La fuerza centrífuga deja ver en el centro ese gris brillante de la base del recipiente y en contraste el amarillo manteca que corre por los lados. Suena el timbre. Me detengo y la mezcla vuelve al centro

– ¡Señora! Noticias internacionales, es de Bolivia- quizás puedo creer en él. Con una cuchara levanto una porción a la altura de mis ojos – con emoción agarro el sobre ¿qué será? Tal vez novedades sobre las compras que realizó allá, quizás ya está todo listo para que viajemos y empecemos una nueva vida, una vida mejor, rompo el sobre, saco la carta, cae algo y la preparación cae lentamente, como gotas grandes y espesas en cámara lenta. Agrego gotitas de esencia de vainilla– me invaden las lágrimas y otra vez el contraste: el aroma dulce de la vainilla y el sabor amargo de mis lágrimas, marrón sobre amarillo, mezclo lentamente, miro detenidamente lo que se cayó, no puedo creer lo que veo, las manchas circulares de la vainilla se convierten en hilos que luego desaparecen y dejan su rastro en el aroma que se impregna como tatuaje en la piel.

Enciendo el horno, mientras reposa la mezcla sigo mirando, sin siquiera poder tragar mi propia saliva. Enmanteco un molde, vierto la mezcla en él y lo coloco dentro, durante 45 minutos sigo mirando, absorta, inundada.

Él volvió esa noche y sobre la mesa había un bizcochuelo y una foto.

En la casa sólo había una foto.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS