Era un largo camino, a las cinco de la mañana ya estaba de salida. Primero el tren, un recorrido de una hora; luego el bus, dos horas incluso más; y después un transporte inesperado, la cama de una camioneta, o una buseta que la acercara a su destino.
A las once de la mañana ya no había senda para ningún transporte, tocaba caminar o tomar un burro, para atravesar aquellos quince kilómetros de subida. Y a la una, con los labios secos y las botas sucias, por fin se vislumbraba una planicie, inmensa y fresca, con el pasto aun mojado en plena tarde y el viento despeinándole el cabello.
Allí aun a dos kilómetros de distancia su corazón se aceleraba y la euforia dilataba sus pupilas, le era excitante saber que estaba tan cerca.
En la distancia se veía un sombrero delicado entre el maíz, una gallina que salió corriendo saltando la canasta llena de vegetales en el suelo. Mientras humedecía sus labios pese al largo camino y esfuerzo, corrió y tomó de un tirón la canasta.
-¡Abuela! ¿Porque empezaste sin mí?- Reclamó molesta.
Y entonces, al detenerse, en medio del reclamo, aquel aroma divino interrumpió su enojo llenándolo de ironía. Estaba lista para vivir la experiencia, sin comer en todo el día, pero no le importaba, ¡ahí estaba! ¡Había llegado! y sus pesadas maletas eran plumas en sus hombros.
– Tranquila querida, sé que llegas cansada- Contestó la abuela con una sonrisa, como siempre.
Lavó los vegetales y tomó un cuchillo para picarlos. En la otra mesa yacía la carne lavada y sazonada, con el rechín de las naranjas frescas, con el romero y el orégano. ¡Era tan mágico! en campo abierto el aroma recorría entre las flores inundando el lugar.
¡Shrshrshrshrsss! Así resonaba el sofrito, y los animales se acercaban a la casa, era inevitable, ese aroma embriagaba a cualquier ser vivo.
Yo solo observaba, pues jamás aprendí a cocinar, viví toda mi vida en aquella montaña y nunca entendí porque mi prima se sometía a tal maltrato para llegar allí, sin embargo hoy después de tantos años soy yo quien atraviesa aquellos kilómetros, sediento y con hambre.
Yo no salí a las cinco de la mañana, no tengo razones para llegar temprano. ¡Yo solo vine a comer!… Pero al ver la planicie lo entendí todo, aún a dos kilómetros de distancia se sentía el olor de aquel sancocho, y entonces me sentí ligero, como si su aroma me tomara en sus brazos y me transportara volando en el aire.
Al llegar, la mesa ya estaba servida, ¡No sé en qué momento me senté! ¡No sé dónde dejé mis maletas! solo sé, que era salado, pero distinguía el dulzor del maíz, tenía pollo, tenía res, tenía cerdo, tenía cada tubérculo de mi tierra combinado, formando la más perfecta de las recetas.
Perdido en una lejana montaña, escondido entre los montes, estaba el sabor, el olor, la sensación más divina ¡el amor de mi abuela en un solo plato!
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