INSTRUCCIONES PARA SER UNA BUENA VECINA

INSTRUCCIONES PARA SER UNA BUENA VECINA

En el laboratorio de Microbiología no solo las colonias huelen y huelen a cosas como el jabón de Marsella, el semen o los mocos. También huelen las estufas, huelen los cromatógrafos y huele el autoclave con forma de submarino que desprende un hedor a cadáver. Mientras subes las escaleras de casa buscas en el móvil “primeras impresiones de los rescatadores del Kurtz” y tu olfato se somete a un flashback de pimientos fritos mezclado con algo exótico. Tecleas: gastronomía de Colombia y te salen palabras como tamales, arracacha y sancocho.

      Por suerte las tardes son inodoras. Las tardes son el momento de los aplausos y de las charlas con la vecina. Ayer te preguntó por los veraneos en la playa y cuando le dijiste que solo un año pisaste la arena, te quemaste los pies y aun te pican los granos en el ombligo, ella replicó con la maravilla de las tortillas de patatas en Benidorm y se metió sin despedirse. Pero hoy casi se ha olvidado del enfado y te suelta ¿qué, el marido cumplió? Y a ti no te gusta el alcohol y ni con dos litros de menta poleo eres capaz de hablar de sexo y menos a grito pelado con la vecina de arriba. Pero ella sí, ella te confiesa que su marido desde hace dos años na de na, eso dice, y comprendes que tienes una cara de oreja que no puedes con ella y que le estás sirviendo de psicóloga y eso no está mal. En la habitación buscas las consecuencias del déficit estrogénico y te sientes más cerca de la vecina de lo que ella imagina.

      Otro día te pide opinión sobre las aplicaciones para ligar, que su hija las usa como un supermercado de tipos haciendo motocross y cuarenta hobbies más que parece que están poniendo trampas de caza. Lo que pasa es que a la hija le salen unos grumos como de yogurt, y tú, que son cándidas, que huelen a rosas, y la vecina se busca una excusa tonta para meterse sin darte las gracias. Y dentro tu marido, pero de qué coño hablas con esa mujer, y como no te explicas rápido y él se impacienta, te encierras a repasar lo último sobre marcadores genéticos en identificación de hongos.

      Y pasa un mes y la vecina te explica que el del sexto ha estado cuidando el cadáver de su madre durante el confinamiento. Le cubría de flores del descampado y tú anotas en tu cabeza “flores insípidas para un lugar nada luminoso”. Esas flores, no sabes por qué, te despiertan el olor a nívea de aquel chico finlandés en cubierta, cerca de Ítaca, y eso te lleva a que has vuelto a vivir al barrio de tus padres, donde habita una buena vecina que te escucha aunque no te comprenda y haces por recordar que mañana tienes que invitarla a unas cervezas o por lo menos, a un té bien helado.

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