Hacía años que había terminado mi carrera universitaria de Ingeniería, aunque mis estudios poco tienen que ver en esta historia. 

Lo cierto es que por una serie de avatares y circunstancias, que ahora no vienen al caso para no cansar al lector, acabé trabajando para una guía especializada en cocina internacional, apta para viajeros que recorren países con el afán de probar lo más selecto de cada región. Yo, que nunca había entrado en una cocina más que para almorzar cuando mi madre llamaba a la mesa, ahora me veía en la capital, lejos de mi tierra, para trabajar en algo que jamás imaginé

Fue de esta forma como alguien tan alejado de la cocina y sus secretos se fue adentrando en el mundo de los sabores y olores, recorriendo paisajes y paisanajes nacionales e internacionales: exquisitos thieboudiennes senegaleses, deliciosos asados argentinos con sus correspondientes chimichurris, contundentes cocidos maragatos o los más selectos toriyakis del sol naciente pasaron por mi estricto criterio evaluador, perfeccionado con el transcurso de los años

Así  discurrieron mis mejores años de disfrute vital, de soltería empedernida, de fiestas y cenas alrededor del mundo, donde no solo no pagaba por lo que comía sino que además era invitado en los más selectos restaurantes y clubes ´gourmet´. Me convertí en un degustador profesioanal, un hedonista de paladar exquisito, siempre rodeado de buena compañía, de buen vino y mejor yantar, con sobremesas infinitas y veladas que empataban con el amanecer. Se puede decir que mi vida era plácida, cómoda, vacua

Pasaron los años y llego el tiempo de confinamiento. Antes de eso, ya me había estado planteando mi rumbo. Mi ritmo de vida decreció en parte por mi cansancio a tanto viaje y aunque parezca fatuo, vivir bien cansa. 

De pronto me di cuenta que no se puede recuperar el tiempo perdido. Como mucho se puede intentar vivir una nueva vida, y en mis ratos de soledad pensaba en todo lo que había dejado escapar

De pronto me di cuenta que lo que yo siempre deseé fue estar en mi tierra y comer aquel pescado bien frito a la orilla de la playa en el chiringuito de Tito. Ver discurrir la vida inocentemente, sin prisas, sintiendo la arena en los pies mientras degustaba aquel simple manjar y esperando las dos horas de rigor para volver a bañarme 

Porque de pronto me di cuenta que tras el lema «de esta saldremos mejores» yo lo que ansiaba era empezar de cero. No volver para ser mejores, sino empezar de cero. Empezar por el principio y que todo fuera distinto. Cambiar todo aquel ´atrezzo´ y revivir y que cambiaran todos los sabores y olores percibidos para volver a ser el sibarita que siempre fui. Un sibarita diferente, pero en definitiva, un sibarita

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