Entre bocado y bocado

Entre bocado y bocado

María Crespo

25/08/2020

Cuando alguien de la familia moría abríamos la mesa grande del salón y rescatábamos el mantel doblado de Navidad en Navidad. Entre bocado y bocado compartíamos anécdotas de los que ya no estaban y el nudo en la garganta parecía más fácil de tragar. Comíamos pan con queso y jamón del bueno o algún plato de cuchara que la amiga cocinera (hay una en todas las casas) traía repartido en tuppers y saboreábamos la ausencia, el vacío. 

El día del entierro de mi abuela en Torrelavega llovía a mares, la cerradura y la caldera se rompieron, el cura dijo mal su apellido y una rama de la familia acabó por extinguirse. Era febrero y yo todavía creía que las abuelas eran eternas, deben serlo para guardar lo que queda de la infancia. Mi tía plantó encima de sus cenizas dos hortensias azules y, con los pies mojados, fuimos a comer un cocido montañés que, mucho tiempo después, seguimos recordando. 

Todos los veranos, el helado de leche merengada me recuerda a mi padre, era su sabor preferido. Los filetes de pollo empanado son aquellos viajes en coche con mi madre mareándose, mi hermana gritando que olía a vaca y alguna cinta con canciones francesas sonando por décima vez. Mi abuela son los espaguettis con tomate frito (y un puñado bien grande de azúcar). Mi otra abuela era quien siempre preguntaba por el pan, como si fuera un invitado más. Tampoco olvido aquellos picatostes que desayunábamos algunos domingos, cuando teníamos, cada uno, un sitio fijo en la mesa blanca de la cocina. Cuando tengo miedo de olvidar las cosas que me han hecho crecer, las cosas que me han traído hasta aquí, de repente un sabor recompone mi historia y ordena un poco el caos que reina fuera. 

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS