En la cocina de mi abuela todo es alboroto, quiero ver las cosas que pasan al  tiempo, es como ver diferentes programas de televisión en una misma pantalla. Me gusta hacerme junto a la puerta que da al patio, ahí puedo ver como entran y salen las tías, corren, traen platos, llevan ollas, destapan bolsas, regañan niños, callan el perro,  recogen legumbres que ruedan, pueden entenderse entre ellas casi sin hablar, se hacen señas, señalan las cosas que necesitan con la boca.

Estuve mirando está escena  atrás de una mesa en la que había servido un plato de espaguetis, y más allá, mi abuela, mi madre y mis tías, se movían rápido y sus brazos se estaban enrredados como los espaguetis, podía verlas convertidas en gigantes lombrices de tierra jugando entre ellas, pude reconocer  una poderosa figura un Dios o algo así, tenía varios brazos y podía hacer muchas cosas al tiempo.

En el fogón cuando la olla solo tiene agua, su olor es de color gris pálido, luego con la carne, las papas, las naranjadísimas zanahorias en el primer hervor, huele a dulce de tierra negra y mojada, como el aire de las montañas. Los desesperados comensales hablan, se ríen a carcajadas, se cuentan entre sí una gran cantidad de acontecimientos de la semana, algunos piden a Dios por que las cosas siempre marchen bien. Ahora la algarabía se convierte una fiesta de sonidos, colores, olores y sabores que se traslapan, envuelven, giran y juguetean entre ellos y como por arte de magia vuelven al lugar del que salieron, en un constante movimiento de espiral que nos envuelve trayendo calma.

En esa olla de grandes proporciones, no solo cabe la comida, también las risas estridentes de las primas que se cuentan las historias de sus amores de colegio, la algarabía de los señores hablando de futbol. No me cabe duda, todo se debe a un hechizo mágico, supongo que por eso a las brujas tienen grandes cucharas de madera y grandes calderos para hacer pócimas de amor, olvido, belleza, etc.

La mayor fuerza de ese embrujo está cerca de la cocina, cierro los ojos ya no necesito tenerlos abiertos, el olor de los aliños tienen colores entre verdes esmeraldados y rojos bermellón, que roban el protagonismo, este arcoíris no estaría completo sin los tonos que le aportan las frutas que dan todo su fulgor de sabores y olores, rugiendo en la licuadora, y las arepas que con tanto cuidado se terminan de dorar en un fogón de leña, sueltan en el aire pequeños destellos en colores punzantes con miles de minúsculos puntos de ébano que le cuentan a la boca el sabor tostado del carbón en el maíz asado.

Y entre vapores y columnas de vapor que salen de la cocina, comienza la algarabía ante el más delicioso banquete, la euforia dominical, el estallido de sabores que electrizan la boca con cada cucharada, la mirada placida de la abuela y esa mesa gigante llena de personas felices, que sienten que el amor de la familia es la mejor comida.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS