“Es mi gran secreto” – nos decías, bromeando con vender algún día la receta al mejor postor. Pero el final llegó sin avisar y nos dejaste un vacío en el alma y la besamel en los labios.
Es curioso cómo ese sabor se ha instalado en mi memoria. Si cierro los ojos y me concentro en él, no tardan en venir también desde el pasado los olores a comida recién hecha y me llevan de vuelta a aquellos domingos en tu cocina, con el sonido de las tarteras como telón de fondo y tanto guiso y tanta croqueta sobre la mesa que parecías esperar por el doble de invitados. “Barriga vacía no tiene alegría” – solías decir, mientras sacabas aperitivos sin descanso para ir abriendo apetito. Siempre fuiste mujer de refranero.
Cansada de no encontrar en los bares y tabernas del barrio un sabor ni tan siquiera parecido que me lleve temporalmente contigo, hace unos días me armé de valor y decidí ponerme yo misma ante los fogones. Hoy ha sido mi cuarto intento de recrear tus famosas croquetas. Cuarto fracaso, por si te lo preguntabas. Pero el que la sigue, la consigue ¿verdad, abuela?
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